viernes, 8 de julio de 2011

Diego Guerrero: Un resumen completo de EL CAPITAL

BAJAR DESDE: http://luxemburguismo.wordpress.com/files/2008/11/resumen-de-el-capital-diego-guerrero-octubre-20082.doc



Crítica de otras lecturas de Marx

Decía Bertolt Brecht que “se ha escrito tanto sobre Marx que éste ha acabado siendo un desconocido”, a lo que podemos añadir que siempre ha sido un desconocido para los marxistas, que en su mayoría prefirieron leer a otros marxistas que a Marx. Mientras que los marxistas han sido en realidad (sobre todo) lassallianos partidarios de un “socialismo de estado” incompatible con las ideas de Marx, este es el creador de las ideas maduras del comunismo y del anarquismo (a este respecto también se equivocan la mayoría de los anarquistas). No podemos desarrollar aquí este punto, pero sí es cierto que “Marx fue un crítico del marxismo” y que, por tanto, “Rubel tenía razón”1.

Pero hay otra forma de “desconocer” e incluso traicionar a Marx que, como hemos insinuado y se hace habitualmente, es relegar su aportación económica al papel de mero apéndice de su trabajo de filósofo, político y/o revolucionario. Por eso, nuestra interpretación de la obra teórica de Marx –que sin duda muchos considerarán “economicista”– es, al contrario, una crítica del “enfoque hiperpolítico del pensamiento marxiano” que utiliza la mayoría de los marxistas. Para Marx el objeto primario de análisis es el impersonal sistema capitalista, donde los sujetos, incluidos los propios capitalistas, son figuras, es decir, criaturas de las leyes del sistema, tanto como los trabajadores que los padecen (a ellas y a ellos). Para la mayoría de los marxistas, en cambio, el problema parece ser la alianza entre “malvados” capitalistas con nombre y apellidos (y sobre todo sus monopolios) y el Estado que los apoya, personificado en su Gobierno. Para estos la explotación es una consecuencia de la violencia política que precede y limita el funcionamiento económico2, y para Marx la primera violencia de nuestro tiempo, la específica y definitoria de nuestro sistema, es la propia existencia y dominio de las leyes económicas del capital, empezando por la primera: que el hambre amenaza y fuerza a la sumisión a quien, en un mundo de mercancías, no tiene otra cosa que vender que su propia fuerza de trabajo. En estas violentas leyes del capital descansan, entre otros, el Estado capitalista y su Gobierno; por tanto, es la violencia económica la que limita y define el funcionamiento político, y no al revés.

Para Marx, la lucha entre los capitalistas adopta la forma (económica) de una competencia creciente y sin cuartel, y las crecientes concentración y centralización del capital no son sinónimos de monopolización de la economía; es decir, el único monopolio que domina la economía es el de la propiedad privada. Pero para los marxistas el monopolio se presenta como una categoría política que de facto anula las categorías económicas de Marx (desde la competencia al valor), al presentarse como un sinnúmero de acuerdos monopolistas que entorpecen las bondades de la competencia y eliminan las leyes descubiertas por Marx. Leyes que supuestamente sólo serían válidas para su época, pero no para la fase “actual” del capitalismo, caracterizadas por Lenin como “capitalismo monopolista” o “imperialismo”3 (ideas muy similares a las de los economistas burgueses de todos los tiempos, sostenidas incluso por no economistas anteriores a él, como Mazzini o Buchez, por ultraliberales actuales como Milton Friedman y sus discípulos, o ¡incluso por los economistas franquistas!4).

Y aunque es verdad que “en el siglo XXI se seguirá leyendo a Marx” –y se lo seguirá leyendo, “si es que algo se lee”, porque “estará claro, como lo está hoy, que Marx es un clásico”5–, a la mayoría de los marxistas se les puede hacer la crítica de no haberlo leído (y mucho menos, estudiado): “El destino del Capital como obra científica es, en su conjunto, nada envidiable. Si fuera menos alabado y menos denunciado y más ampliamente leído, habría existido menor número de ideas falsas sobre él, y la economía habría hecho progresos más rápidos”6. Pero también: “Frecuentemente, y en especial en América Latina, muchos estudiantes, profesionales, militantes intentan penetrar el pensamiento de Marx, en un afán de poseer un marco teórico para su acción política o sus investigaciones. Lo que les acontece es que se enfrentan a ‘manuales’ –como los de Politzer o Marta Harnecker, que han cumplido una gran función– que, en realidad, los conducen a ciertas ‘interpretaciones’ del pensar de Marx, pero no a Marx mismo.”7

Desde luego, hay que leer y estudiar a Marx, pero no sólo eso. Pues todavía queda mucho por desarrollar, más allá de Marx, si se quiere avanzar desde el socialismo inmaduro y utópico al “científico” (Marx prefería llamarlo “materialista crítico”). Pero tampoco será posible esto si para “modernizar” a Marx se le traiciona o se desconoce su obra o se piensa que esta puede utilizarse a beneficio de inventario, por ejemplo prescindiendo de su principal contenido: la TLV. Hay marxistas que, por creer que la TLV está superada, llegan incluso a afirmar que “en la actualidad, la economía marxista, con pocas excepciones, está intelectualmente muerta”8. Dicen eso pero siguen considerándose marxistas.

Otro problema es que hay quienes deslegitiman al Marx científico por su compromiso político explícito. Simplemente, no han entendido que, aunque la ciencia no tiene más remedio que terminar siendo objetiva, su proceso de construcción es el producto directo de subjetividades, de personas que no son cosas objetivas sino sujetos pensantes que, por muy científicamente que investiguen en su campo, tienen ideas políticas generales y posiciones morales que en parte explican necesariamente su propia actividad científica. Quienes denuncian como un caso especial la “tensión entre un Marx científico y un Marx revolucionario”9 ignoran que esa tensión subjetivo-objetivo está presente en la labor creativa de cualquier científico, y además no saben hasta qué punto el especial compromiso ético de Marx le obligaba precisamente a ser lo menos moralista posible en su estudio objetivo de la realidad capitalista (lo que, por cierto, lo obligó muchas veces a enfrentarse a la mayoría en todos los partidos y organizaciones en los que militó). Hasta el punto de que Marx, el teórico máximo del proletariado, llega a decir (y así consta en las actas de la sesión del Comité central de la Liga de los Comunistas del 15-9-1850) que “siempre me he opuesto a la opinión momentánea del proletariado”; y es ese mismo Marx, al que se suele acusar de catastrofista y permanente predicador de la revolución a la vuelta de la esquina, quien afirma en esa reunión:

Nos debemos a un Partido que, por su propio bien, todavía no debe alcanzar el poder. Si el proletariado ocupara el poder, tomaría unas medidas claramente pequeñoburguesas, pero no proletarias. Nuestro Partido sólo podrá hacerse cargo del gobierno cuando la situación permita que lleve a la práctica sus puntos de vista. Louis Blanc nos ofrece el mejor ejemplo de lo que ocurre cuando se alcanza demasiado pronto el poder”10 (cursivas añadidas: DG).

Hay, por último, multitud de “intérpretes” de Marx que, intencionadamente o no, deforman el sentido revolucionario de su TLV (o de otras de sus teorías que derivan de ella). Muchos, porque creen hablar desde el “posmarxismo” y “no ven qué pueda ganarse” en la lucha por el socialismo con “el intento de utilizar en esta tarea materiales tomados del viejo edificio levantado por Marx”11. Otros, porque niegan la posibilidad de “cambios sustanciales en el sistema capitalista” que operen en “un sentido revolucionario, tal como Marx lo concebía”, y creen sólo posibles los cambios “en un plano reformista”12. Muchos, porque tergiversan la teoría comunista de Marx contraponiendo, por ejemplo, democracia y dictadura del proletariado en la transición desde el capitalismo al comunismo13. Algunos, porque incomprensiblemente caracterizan a Marx como un simple “progresista” de esos que comparten el “convencimiento de que la humanidad se movía a través de una senda lineal e ilimitada de avances”14, o no comprenden que predecir el surgimiento del comunismo a partir del capitalismo no es una forma de “mesianismo” ni una versión de la teoría de la “predestinación” ni encierra “fatalismo mecanicista” alguno, sino una aplicación de la idea de que la marcha de las sociedades está sometida a leyes que condicionan y restringen la libertad de los individuos.

Marx piensa, en concreto, en una ley parecida a la de la gravitación natural: de hecho fue quien con más claridad expuso por qué el capitalismo dará paso al (o se transformará en) comunismo, afirmación arriesgada y al mismo tiempo similar a la que sostiene que el agua de lluvia que cae sobre la tierra tiene que terminar bajando hasta el nivel del mar (o, lo que es lo mismo, que no puede subir, salvo para remontar excepcionalmente algún obstáculo pasajero). Marx no se limitó a eso, desde luego, ni esa tesis significa que pueda predecirse con exactitud por dónde va a transcurrir cada nuevo torrente de agua que vengan a descargar las tormentas de la historia, ni cuánto va a durar su viaje hasta el mar. Pero no se puede pasar por alto la importancia que tiene afirmar que, aunque la manzana del capitalismo se moverá necesariamente en dirección al suelo, haríamos mejor en cogerla y comérnosla ya –puesto que tenemos hambre y la manzana es en realidad nuestra– sin esperar a que eso ocurra.

Los autores que se enmarañan en las dudas sobre el “marxismo como ciencia y como crítica” se preguntan: “si en verdad el capitalismo está gobernado por regularidades que lo condenan a ser suplantado por una nueva sociedad socialista (cuando hayan madurado las infraestructuras necesarias), entonces, ¿por qué insistir en que ‘lo necesario es cambiarlo’? ¿Por qué tomarse tanto trabajo para preparar el funeral del capitalismo si su defunción está garantizada por la ciencia?”15. Parecen no entender que, aunque ellos vivan bien, perfectamente adaptados a la sociedad capitalista y disfrutando de las ventajas que esta reserva a las minorías, hay inmensas mayorías de la población que necesitan darle muerte cuanto antes si quieren salvaguardar sus propios intereses y recuperar la dignidad. Como ha afirmado uno de los principales estudiosos de Marx en el siglo XX:

No cabe hablar de contradicción (...) Marx concibe el advenimiento del socialismo a la vez como una posibilidad económica y una necesidad ética. Cuando presenta, tanto en El Capital como en el Manifiesto Comunista, la caída de la burguesía y el triunfo del proletariado como ‘igualmente ineluctables’, no hace otra cosa que enunciar una hipótesis racionalmente válida, fundada en el análisis científico de las leyes del movimiento económico del capitalismo y en la percepción directa de la lucha que opone a los dos clases principales de la sociedad moderna (...) La predicción del socialismo no es como tal una predicción científica sino un juicio de valor apuntalado por una convicción y una actitud éticas que se nutren de un conocimiento objetivo de los datos materiales, económicos e históricos, capaces de conducir a una revolución total de la sociedad actual y al nacimiento de la ‘humanidad social’ (Décima tesis sobre Feuerbach). Resumiendo: la tesis de la ineluctabilidad del socialismo pertenece al dominio de las verdades que, para volverse ‘objetivas’, imponen la participación activa, el compromiso ético (Segunda tesis sobre Feuerbach) (...) Posibilidad objetiva y exigencia ética: el propio Marx distinguió claramente el ‘dualismo’ de su mensaje, dualismo que sus críticos consideran irreductible y que sus discípulos menos inteligentes se empeñan en negar por todos los medios (...)”16.

1 Fernández Buey, F. (1998): Marx sin ismos, Barcelona: Viejo Topo (pp. 11, 15) cita a M. Rubel (1974): Marx, critique du marxisme: essais, Paris: Payot. Pero véanse, además, como apoyo de nuestra tesis, los trabajos de Pierre Ansart (1969): Marx y el anarquismo, Barcelona: Barral, 1972; M. Rubel (1977): El Estado visto por Karl Marx, Barcelona: Roselló; Rubel, M.; Janover, L. (1977): Marx, anarquista, Barcelona: Roselló; Guérin, Daniel (1969): Por un marxismo libertario, Madrid: Júcar, 1979; Kelsen, H. (1924): Socialismo y Estado. Una investigación sobre la teoría política del marxismo, México: Siglo XXI, 1982.
2 Para Lenin, “lo típico en la ‘fase contemporánea de desarrollo del capitalismo’” son “las relaciones de dominación y la violencia ligada a dicha dominación” (p. 395). Pero Engels era más fiel a las ideas de Marx al criticar las de Dühring, para quien el valor es la cantidad de trabajo más un “suplemento” que el capitalista carga “‘con el puñal en la mano’; dicho de otro modo: el valor hoy imperante es un precio de monopolio” para Dühring, mientras que para Marx esos precios de monopolio son sólo “excepciones y casos especiales” [Engels, F. (1877): La subversión de la ciencia por el señor Eugen Dühring (Anti-Dühring), Barcelona: Grijalbo, pp. 196-7].
3 Para Marx, en cambio, el imperialismo es sólo una forma de Estado: “la forma más prostituida y al mismo tiempo la forma última de aquel Poder estatal que la sociedad burguesa del feudalismo y que la sociedad burguesa adulta acabó transformando en un medio para la esclavización del trabajo por el capital” (Marx, K., 1871: La guerra civil en Francia, M: Ayuso, 1976, p. 65).
4 Como el hoy Premio Rey Juan Carlos de Economía, Juan Velarde, que, haciéndose eco hace medio siglo del temor de Pigou a los monopolios, y tras propugnar “una fuerte escala impositiva sobre las grandes fortunas (…) disminuyendo, por tanto, la concentración de la propiedad en grupos muy reducidos, pero dotados de un fuerte poder económico”, recordaba que “en las conclusiones de estudio aprobadas por el I Congreso Nacional de la Falange, con el refrendo del Caudillo, y el clamor popular de Chamartín” se abogaba por la “desarticulación de los grupos monopolísticos” (en op. cit., pp. 274-276).
5 Sacristán, M. (1983): “¿Qué Marx se leerá en el siglo XXI?”, Mientras Tanto, nº 16-17, p. 127.
6 Bródy, A. (1970): Proportions, Prices and Planning. A Mathematical Restatement of the Labor Theory of Value, Budapest: Akademiai Kiadó, p. 67. Téngase en cuenta que, según el socialista Luis Araquistáin “España es el país europeo donde menos se ha leído y escrito sobre marxismo, quizá con la única excepción de Portugal” (1957, citado en Ribas, (1981): Aproximación a la historia del marxismo español (1869-1939). Madrid, Endymión, pp. 96-97). El propio Ribas documenta esa idea y señala que la 1ª edición española de los 3 libros de El capital data tan sólo de 1931 (a cargo de Manuel Pedroso, para la editorial Aguilar); por cierto, que su precio equivalía, al parecer, al salario medio de 6 meses (Ribas, op. cit., p. 88). Véase más sobre la edición de Marx en español, en Gasch Grau. E. (2001): “Etapas y escritos en la recepción de Marx”, en E. Fuentes Quintana, Dir. (2001): Las críticas a la economía clásica (Economía y Economistas españoles, nº 5), Barcelona: Galaxia Gutemberg/Círculo de Lectores, pp. 815-833. Gasch concluye que “se sigue leyendo a Marx en España, aunque se siga leyendo lo mismo que hace un siglo, el Manifiesto del partido comunista” (op. cit., p. 825).
7 Dussel, Enrique (1985): La producción teórica de Marx. Un comentario a los Grundrisse, México: Siglo XXI, p. 11.
8 Elster, J. (1986): Una introducción a Karl Marx, Siglo XXI, Madrid, 1991, p. 62.
9 Gouldner, Alvin (1980): Los dos marxismos, Madrid: Alianza.
10 Citado en Enzensberger, H. M., ed. (1973): Conversaciones con Marx y Engels, Barcelona, Anagrama, 1999; vol. I, pp. 156-7. Estas críticas de Marx al partido “en el sentido contingente” (es decir, los grupos comunistas realmente existentes en los que él participó como militante o dirigente) fueron persistentes toda su vida, así como su sentido de pertenencia al “auténtico” partido comunista, identificado como movimiento transformador que surge del seno mismo de la sociedad capitalista. Por ejemplo, en 1846 le escribe a Annenkov: “En cuanto a nuestro partido, no se trata sólo de que es pobre, sino que también está enojado conmigo por oponerme a sus utopías y a sus declaraciones” (en Adoratski, ed., 1934, p. 23), por lo que hay que “eliminar el equívoco de que por ‘partido’ entiendo una Liga muerta hace ocho años o la redacción de un periódico que se disolvió hace doce años. Cuando hablo de ‘partido’ me refiero al partido en el amplio sentido histórico del término” (citado en F. Buey, op. cit., p. 177).
11 Paramio, L. (1988): Tras el diluvio. La izquierda ante el fin de siglo. Madrid: Siglo XXI, p. 30.
12 Berzosa, C. y M. Santos (2000): Los socialistas utópicos. Marx y sus discípulos, Madrid: Síntesis, pp. 200-201.
13 Harnecker, M. (1999): La izquierda en el umbral del siglo XXI. Haciendo posible lo imposible (Madrid: Siglo XXI, p. 316), siguiendo ahora la práctica de Santiago Carrillo y otros “maestros” à la mode como M. Castells.
14 Palazuelos, Enrique (2000): “El Capital, a casi siglo y medio de distancia”, en Karl Marx: El Capital, Madrid: Akal, 2000, p. viii.
15 Gouldner (1980), op. cit., p. 45.
16 Rubel, op. cit., vol. 1, pp. 33-34.

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