lunes, 26 de julio de 2010

CONCIENCIA DE CLASE Y REVOLUCIÓN.

 
“El oportunismo identifica la conciencia psicológica de hecho del proletario con la conciencia de clase del proletariado”.
Georg LUKACS, 1923.

            El proletariado como clase alienada.

            No es una novedad de nuestros tiempos el que el proletariado se halle sumido en la alienación, no se trata de una novedad de la sociedad de consumo: desde siempre el proletariado se ha encontrado sin “concepto de clase”, sin conciencia de su misión histórica en definitiva. No hay motivos para desgarrarse las vestiduras: la alienación de la clase obrera no es a nivel de pensamiento sino a nivel social y económico. ¿Cómo podría una clase económicamente hundida, socialmente desamparada, sumida en la ignorancia a nivel de pensamiento, tener otra conciencia psicológica de hecho que esta del conformismo, del consumismo, del fútbol y de la tele, etc.?. No debemos escandalizarnos ante el hecho, tan a menudo comprobable, de que tantos y tantos obreros hacen horas extras y más horas extras (aunque el sueldo que tengan fuese suficiente), porque quieren tener gastos superfluos, incluso porque quieren presumir de propietarios, porque se hallan tan embrutecidos por el trabajo asalariado que ya ni su tiempo libre regatean: no es porque se les creen falsas necesidades, sino porque el régimen capitalista de trabajo embrutece.
            El auténtico inconformismo con dicha situación no debe limitarse a ser una crítica superficial a la conciencia psicológica de hecho del proletariado, porque no sería una actitud realista, porque se ignorarían tanto las causas de la alienación del hombre a la mercancía como la fuerza de los lazos de relaciones de producción y de relaciones sociales con que tal alienación se consolida. Debe criticarse todo este conjunto, todo el sistema capitalista, la alienación-cosificación que ha hecho de cada proletario una “cosa”, un simple engranaje de su compleja maquinaria, una pieza de una cadena automatizada… Pero ya ¿para qué?, ¿con qué esperanza si nos limitamos a constatar ante un sistema que mantiene a la clase obrera en la ignorancia permanente de su misión histórica, si acabamos de ver la paradoja que supone la asignación de dicha misión histórica a una clase inconsciente y alienada desde siempre?
            Este escepticismo es el que suele invadir a los individuos con antecedentes políticos que analizan a conciencia la situación real de la clase obrera en la sociedad de consumo: esta no es la clase obrera de que se les había hablado…  Todos estos ex-marxistas olvidan formularse una pregunta: ¿en qué pensaba Marx cuando asignó a la clase más alienada e inconsciente la misión histórica más ambiciosa de la Historia?, la de “sobrepasar la Historia en el sentido de hacer la Historia al rehacer la humanidad” (Lukacs). Se le ha reprochado a Lukacs el ignorar este problema: distingue entre la conciencia psicológica de hecho del proletariado y la conciencia de clase del proletariado pero apenas se preocupa por indicarnos como esta abstracción nebulosa se encarna y transubstancia de hecho convirtiéndose milagrosamente en “una fuerza real de la sociedad y de la historia” (idem). Se dice que Lukacs idealiza esta conciencia de clase –“realidad histórica total que encarna la verdad y el sentido de la vida humana”- sólo porque no nos indica cuándo, dónde y cómo “la conciencia de clase llega a la situación en que puede ser directamente captada” (idem). Vamos a tratar de dar respuesta a esto, y para ello vamos a pasar de Lukacs a Marx mismo que es quien en último término sería el motivo de las posibles contradicciones con que se topa el planteamiento materialista-histórico de Lukacs.
Conciencia real y conciencia posible.

            La dialéctica fundamental de Marx en torno a la conciencia de clase en general, así como de la toma de conciencia, estriba en que no se habla tanto de conciencia real como de conciencia posible. No decimos que la clase obrera –todos y cada uno[EODC1]  de los individuos que la componen- posean una conciencia de clase psicológica de hecho sino que, debido a los determinismos a los que se halla sometida va a verse volcada a la exigencia inminente de adquirirla: unos la adquirirán individualmente por propias capacidades, otros la irán adquiriendo paulatinamente a fuerza de acumular experiencias de lucha, otros finalmente –aunque no se logre acumular las experiencias de lucha a nivel de toda la clase obrera tanto debido a su integración como debido a la mal llamada “traición” de las organizaciones tradicionales de lucha- la adquirirán en forma brusca; en este sentido, la revolución de Mayo en Francia y buen número de “huelgas salvajes” por una parte, así como por otra parte las revoluciones anti-estalinistas de Berlín en 1953, Poznam 1956 o Hungría 1956 representan un rompimiento brusco, en un momento propicio con largos años de reformismo y de burocratismo respectivamente.
            Pero el planteamiento de la conciencia en tanto que conciencia posible plantea más problemas de los que resuelve: ¿cuándo, dónde y cómo se dan estas milagrosas tomas de conciencia? Los planteamientos políticos a partir de la conciencia real son reformistas e integradores, pero una política planteada a partir de la conciencia posible es pura y simplemente utópica, aventurada. Resuelve el dilema, ciertamente, y deja a salvo todas las formulaciones de Marx sobre el tema de conciencia pero ¿no había otra posibilidad de hacerlo sin condenarnos al utopismo? Ampliemos el concepto: la Utopía significa lo imposible hoy (o lo que ayer consideraron imposible hoy) pero posible mañana o pasado mañana (y acaso incluso posible hoy). Este utopismo no es tal utopismo en la medida en que confiamos en la marcha ascendente de la Historia, tal como la “profetizó” el materialismo histórico. ¿No tiene esto algo de “acto de fe”, y no es esto peligroso en la medida en que la fe dicen que es ciega? Hemos empezado por poner en duda esta fe ciega que ha llevado al pensamiento revolucionario a tantos malentendidos, a tantos callejones sin salida: ¿por qué pues acabar refugiándonos en ella? ¿Es que tal género de “actos de fe” resultan siempre inevitables?
            Después de tanto planteamiento modernista (todo ha cambiado, nada tiene ya sentido, las nuevas formulaciones de los viejos pensamientos sólo sirven para agravar las contradicciones internas de tales viejos pensamientos, etc.), bueno será una compensación de carácter arcaísta. Cuando Marx habla del sentido de la Historia y de su superación por la conciencia de clase se limita a enunciar un postulado, un supuesto científico no exento de optimismo pero formulado con el máximo rigor científico, es todo lo contrario de una “fe ciega”. Es más, cuando Marx señala al proletariado y le asigna una misión histórica total no lo hace en plan de profecía arbitraria, sino que tiene sus motivos: el proletariado puede asumir una misión revolucionaria total en la medida en que sus intereses como clase coincidan con los intereses de toda la sociedad. Marx admiraba la extraordinaria aportación de los socialistas utópicos pero trataba de no limitarse a ser un utópico, de dar base científica a sus formulaciones. Incluso podríamos llegar a decir que lo único que pasa es que Marx fue un “modernista” en su tiempo, una persona dedicada a definir con palabras y teorías las nuevas realidades, la aparición del proletariado en la esfera histórica: con la diferencia que sus planteamientos sobre el proletariado han tenido y tendrán aún, debido a su profundidad, mucha más vigencia que la que tendrán dentro de medio siglo las teorías sobre el “hombre consumista” o la “sociedad opulenta” de los modernistas superficiales de nuestros días; Marx formula una tesis sobre el proletariado con perspectiva histórica.
            El proletariado como “negatividad creadora”.

            Marx no asignó la realización práctica de la superación de la Historia a los individuos más preparados de su tiempo, ni a los más conscientes (burguesía progresista, pequeña burguesía intelectual, etc.), sino a un estamento social que encarnaba en aquellos tiempos como también hoy el grado máximo de negatividad a nivel tanto de pensamiento, como de relaciones sociales y de producción. Cuando dice que “el proletariado no tiene más que sus cadenas que perder y un mundo nuevo que ganar” no está haciendo una frase brillante sino poniendo de relieve la negatividad radical a que el sistema capitalista condenaba al proletariado inevitablemente.
            Marx veía que no podía existir burguesía sin proletariado, es decir que no podía existir capital sin plusvalía, que no podía existir valor sin trabajo añadido, o las técnicas se perfeccionan, ya que la innovación tecnológica constante es un factor esencial del capitalismo si quiere combatir la tasa decreciente de ganancia, si quiere sobrevivir a la amenaza de las crisis cíclicas; pero el Capitalismo, aún cuando técnicamente pudiera prescindir del proletariado, no puede hacerlo desde el punto de vista de la racionalidad del sistema. El capital aumenta, se concentra, acumula trabajo humano expropiado; aunque no lo quiera y aunque no lo sepa, el proletariado es objetivamente enemigo  de la burguesía, la misma dinámica del sistema capitalista ha de ponerlos frente a frente, eliminan todas las capas precapitalistas (que pasan a engrosar las filas de la burguesía y del proletariado); y este enfrentamiento es una evidencia cada vez más.
            El desarrollo del Capitalismo en nada ha desmentido este proceso. La burguesía niega la existencia de una lucha de clases, compra las organizaciones obreras (sea concediendo reivindicaciones, sea adquiriendo el control de sus burocracias), pretende que en la era industrial y en la sociedad de consumo hay unos criterios de delimitación que no coinciden con los criterios de clase, etc. Pero, aunque tenga la iniciativa, no puede suprimir la contradicción fundamental de su sistema explotador entre el carácter cada vez más social del trabajo y la apropiación cada vez más privada. Frente a ello, el proletariado plantea la total negatividad a que le condena el sistema; esta negativa se le hace patente en el proceso mismo de la producción, la lleva en los huesos, en la sangre: “no tiene más que sus cadenas que perder”…
            Corrijamos esta perspectiva arcaísta con un enfoque modernista sobre la negatividad: ¿Quién encarna en esta nueva sociedad esta negatividad creadora que Marx intuyó en la condición socio-económica misma del proletariado? Si en vez de analizar el Mayo francés desde el punto de vista de extracción social, lo analizamos desde el punto de vista de la negatividad, comprenderemos porqué fue un acontecimiento revolucionario: los estudiantes del Barrio latino no tenían “conciencia de clase” obrera, ni tampoco los “blousons noir” que se adhirieron[EODC2]  a ellos; pero en aquel país y en aquel momento representaban el grado máximo de negatividad –de contestación- y por ello constituyeron el punto revolucionario culminante. Los sindicatos, que creían conocer la conciencia psicológica de hecho de los proletarios, se encontraron sorprendidos, ante la conciencia de clase, ante la negatividad del proletariado que quiere abolir su propia condición.
            El comentario adecuado vendría a ser: en el mundo moderno, a medida que la racionalidad del Neocapitalismo, de la sociedad de consumo, de la política tecno-burocrática del Estado lo invade todo, relativiza completamente el valor de la democracia política y se constituyen en poder fuerte (capaz de una gran “tolerancia represiva”) que crea el vacío a su alrededor; fruto de este vacío es la negatividad en todos los sectores; cuando tal negatividad es capaz de abandonar su carácter pasivo para convertirse en negatividad creadora estamos ante el estallido brusco de la conciencia de clase del proletariado, a partir de sectores parcelados y a veces marginales pero con una voluntad revolucionaria total.
            En esta situación, la “revolución” toma nuevas fisonomías, a menudo imprevisibles, relacionadas con la vida cotidiana, con el tecno-burocratismo del Estado, es decir más en relación con la falsa racionalidad del sistema neocapitalista que con cada burgués concreto tomado por separado. En esta nueva situación, que exige un esfuerzo constante de imaginación creadora a partir de la contestación total (o sea, de la negatividad total), se hace más patente que nunca la afirmación de Lukacs: “Sólo se puede salir de la crisis del capitalismo por la conciencia de clase del proletariado.”  



 [EODC1]Pareciera decir esto.

 [EODC2]En el original dice “aladieron” ¿?

miércoles, 21 de julio de 2010

SOBRE LA MILITANCIA REVOLUCIONARIA (MIL-GAC)

El militante revolucionario es el individuo capaz por si mismo de llevar a término la acción en su sector de lucha particular. Es autosuficiente a nivel de conciencia de clase como para llevar adelante por si mismo un proceso de concienciación en el sector en que se mueve. Es autosuficiente a nivel de contactos y posibilidades de coordinación e intercambio de experiencias y esfuerzos concretos con toda clase de camaradas. Tiene la autodisciplina personal y el sentido común suficiente como para darse y cumplir unas normas de seguridad que van a ser puestas en práctica aunque nunca llegarán a ser escritas (a diferencia de las de los partidos y grupos). Tiene el sentido de totalidad que las experiencias propias y ajenas así como su capacidad de imaginación creadora no hacen sino aumentar y concretar. Se siente entre las masas como el pez en el agua sabiendo adaptarse a sus altibajos y a su autonomía sin por ello caer en el espontaneismo. Es el francotirador de la revolución. Solo se es militante revolucionario en la medida de lo que se trabaja y lucha, y esta es la única norma de representatividad.
            Enfoque teórico.- Estamos convencidos de que un auténtico militante revolucionario no tiene otras relaciones auténticas en cuanto tal que las que como individuo luchador y autosuficiente establece con la lucha de masas y su horizonte revolucionario. Esta relación entre la autodisciplina personal del militante revolucionario y la autonomía insustituible de las masas y de su lucha es una relación dialéctica que saca partido de la espontaneidad sin caer por ello en el espontaneismo, que niega tal espontaneismo desde el momento en que no se afirma como acción consciente y decidida del militante revolucionario para hacer pasar la espontaneidad de las masas del estadio espontáneo (que jamás superará el tradeunionismo y el enfoque pequeño-burgués de la política) al estadio de conciencia, organización y lucha, tres aspectos inseparables de un solo proceso. Tal negación del espontaneismo y tal afirmación de la organización no deben ser entendidos, sin embargo, como la promoción de un nuevo grupúsculo sino sólo como la afirmación de la necesidad evidente de la coordinación sólida y del trabajo serio y responsable de los militantes revolucionarios, coordinación que debe respetar al máximo tanto la autonomía de los individuos revolucionarios como la indispensable autonomía de la lucha de las masas.
           
            Estrategia política.- En la medida en que la militancia en el seno del PC resulta con el paso del tiempo cada vez más y más absurda, y en la medida en que los otros partidos o grupos, de viejo o nuevo cuño, han demostrado y siguen haciéndolo hoy su más absoluta ineficacia para sustituir en su rol dirigente al PC constituyendo desde el momento en que se cierran constituyéndose en grupúsculos, escisiones de grupúsculos y mini grupúsculos, es preciso replantear nuevamente cuál es el rol de los militantes revolucionarios objetiva y subjetivamente situados a la izquierda del PC. En vez de desvelar en el militante revolucionario el desarrollo de sus auténticas energías y posibilidades bajo su entera responsabilidad,  la afiliación a un grupo o partido mutila la responsabilidad del individuo y hasta cierto punto le lleva a una posición pasiva y a una progresiva pérdida de imaginación. En todo caso, es evidente que el espíritu de grupo mistifica, desvirtúa y en ocasiones puede llegar a impedir tanto el pleno rendimiento del militante revolucionario, como su contacto real con el resto de militantes revolucionarios, [incomprensible en el original] impidiendo a su vez la relación directa y auténtica con las masas, la única indispensable en todo proceso revolucionario. El chovinismo de grupo, por atenuado que sea, levanta una barrera entre los militantes revolucionarios y las masas y es por ello que el proceso de escisiones iniciado últimamente y el fenómeno grupuscular va a acentuarse cuantitativamente con una progresiva pérdida de fuerza: los militantes revolucionarios no se hayan a gusto aislados en sus grupúsculos y con una acción que ellos saben insuficiente viendo que con el paso del tiempo se aumentan las distancias entre sus aspiraciones y las realidades, entre un verbalismo revolucionario extremadamente rico y una práctica revolucionaria extraordinariamente pobre. La razón de la esterilidad en su acción de los militantes revolucionarios estriba en la barrera que sus grupúsculos respectivos establecen por su mera existencia entre ellos y la lucha autónoma de las masas, es decir este aislamiento involuntario pero real que puede provocar incluso, debido a esta conciencia trágica que abunda en los grupúsculos, una política práctica irracionalista en nombre del marxismo (voluntarismos, activismos y toda clase de simplificaciones anti-dialécticas). La salida al fenómeno grupuscular que aumenta cuantitativamente día a día, y al marasmo y caos que comporta especialmente en los nuevos grupúsculos, ha de constituir un salto cualitativo que vaya más allá del fenómeno grupuscular; es ahora pues cuando debe plantearse a todo militante revolucionario, agrupado o no, asumir su papel político auténtico de francotirador de la revolución. En la medida en que los militantes revolucionarios se decidan a ser ellos mismos, en que puedan unirse a las masas sin mediaciones ni equívocos sectario-oportunistas, en que puedan llevar una acción unida, se decidan en definitiva a desencadenar la crítica de la ideología en general y del espíritu de grupo en particular, podrá abrirse una nueva fase del proceso revolucionario en curso, proceso que es efectivamente único y el mismo para todos los militantes revolucionarios de la procedencia que sean así como para ellos y las masas. No se trata de constituir una “vanguardia” en el sentido de decir que quienes adopten esta actitud van a estar al frente de las masas el día que tal estallido revolucionario, fruto de un largo y sigsagueante proceso, se desencadene: se trata únicamente de cubrir el momento histórico presente del proceso revolucionario en curso, acelerando sus ritmos. Quienes hoy no estén a la altura de las necesidades actuales, no van a estar ciertamente mañana al frente de ningún proceso revolucionario (el PC puede estar al frente de masas el día en que lo legalicen, no al frente de ningún proceso revolucionario), pero quienes sepan superar el espíritu grupuscular que está castrando el momento político actual, no van a tener otro destino que el que es propio de un francotirador de la revolución, no van a tener prerrogativa alguna de “vanguardia” establecida vitaliciamente.
           
            Táctica concreta.- Hoy que ya se dan todas las condiciones objetivas que precisa la auténtica militancia revolucionaria pero estando en proceso aún embrionario sus condiciones subjetivas, es prematuro definir de una vez para siempre una táctica completa y sin embargo hay una serie de elementos suficientes a tener en cuenta. Así pues, ante la necesidad de concretar una táctica, vamos a dar los elementos que consideramos válidos ya y a pedir a los lectores que completen y enriquezcan este esbozo táctico, pues sólo puede hacerse seriamente ello a partir de las experiencias concretas que distintos militantes revolucionarios en distintos sectores de lucha han verificado con su práctica revolucionaria entre masas.
            El objetivo inmediato que tienen planteado los militantes revolucionarios es el avance en número, en calidad y en eficacia de dichos cuadros revolucionarios, dialécticamente vinculado al avance del nivel de conciencia existente en el seno de la clase. No pueden defender una consigna-etiqueta en el seno del movimiento de masas (“Comisiones Obreras” por ejemplo) sino que han de defender a todo el movimiento obrero en genera y su organización de empresa, tanto si los equipos de fábrica se llaman Comisión, Comité, Equipo…o el nombre que tenga. Cada sector de lucha tendrá una táctica particular de acción y la última palabra sobre la misma estará en manos de los militantes directamente comprometidos en aquella lucha, y de las masas. Tales tácticas concretas han de estar en permanente revisión y autocrítica, plantearse desde el punto de vista de la totalidad, pero teniendo en cuenta que las condiciones objetivas y subjetivas que cada momento y lugar ofrecen siguen un desarrollo desigual. Se combinará la táctica legal y la ilegal: esta última abarcará desde el nivel de agitación-sensibilización-propaganda y el nivel de seminarios hasta el propiamente político, etc.

martes, 20 de julio de 2010

Ricardo Fuego - La democracia directa

Forma y contenido

La democracia directa se define como la organización asamblearia de los individuos, cuya coordinación se da a través de delegados con mandato revocable. Al contrario que la democracia representativa, donde se elijen representantes por mayoría y después estos cobran autonomía sobre sus electores (que deben esperar hasta la próxima elección de representantes para revocarlo), aquí el mecanismo es otro. El delegado actúa como mero portavoz de quienes lo eligieron, la autoridad máxima siempre reside en la base, y nada se aprueba sin su mandato.

Hasta aquí la definición formal de la democracia directa. Podemos encontrar la forma de la democracia directa a través de la historia en los soviets rusos, los consejos obreros y las organizaciones de fábrica. Actualmente, pueden verse en las llamadas huelgas salvajes, donde los trabajadores se ven obligados a actuar al margen de las organizaciones sindicales tradicionales y elijen un comité o asamblea de huelga.

Pero por sobrevalorar la forma a veces se deja de lado el contenido, que es lo que pasa con el fetichismo por las luchas autoorganizadas y la organización asamblearia. Se suele pensar que la democracia directa se reduce a la aplicación de determinadas reglas (organización asamblearia, delegados con mandato revocable, todas las decisiones pasan por la asamblea, etc.). De esta manera la democracia directa se toma como un complemento necesario o deseable de la lucha de l@s oprimid@s. Esta posición es compartida tanto por las corrientes autoritarias (que la mayoría de las veces ven a la democracia directa como un formalismo que, si obstaculiza el éxito en la lucha por la dirección “revolucionaria” del conflicto, se transforma en un elemento contrarrevolucionario); como por las corrientes antiautoritarias que identifican a la democracia directa con sus reglas y ven en la proliferación de esta manera de organizarse un avance de l@s explotad@s, independientemente del contenido de sus luchas. Ambas corrientes basan sus posiciones a favor o en contra en la sobrevaloración de la forma en detrimento del contenido.

Democracia directa y autonomía

Yo creo que la condición y el resultado de la democracia directa es la participación de cada individuo al máximo de sus capacidades.

Ya que aunque se cumplan todas las “reglas” (el funcionamiento en asamblea, delegados con mandato revocable), puede no existir democracia directa. Una asamblea en la cual la mayoría sigue a l@s que se expresen mejor no es democracia directa. Bajo la máscara de la democracia directa, se está dando una “dictadura de l@s más capaces” .

El auto desarrollo integral de las personas en vistas de su autonomía individual y colectiva es una condición imprescindible para la realización del comunismo. En la revolución no hay atajos posibles, contrariamente a lo que algun@s puedan pensar. Las jerarquías se mantienen porque la mayoría se deja mandar. El establecimiento de reglas en las que formalmente se asegure la igualdad de l@s participantes no es garantía de que las jerarquías no se reproduzcan. La única garantía para combatir la división entre dirigentes y dirigid@s es que cada individuo actúe y piense por sí mismo. El único camino hacia la autonomía es la autonomía misma.


Las ideologías: obstáculo a la democracia directa

Para mí la lucha por la democracia directa no es solamente la negación de toda autoridad organizativa, sino la lucha contra toda ideología, contra todo pensamiento separado de la realidad con pretensiones de verdad apriorística. La ideología es un obstáculo para la democracia directa incluso en ambientes donde no existen jerarquías, ya que la ideología concibe a la acción como la ejecución del pensamiento y de esta manera los separa, perpetúa la división del trabajo manual e intelectual, los especialismos y los roles: esto es, la negación del individuo integral. Sólo los seres humanos plenos pueden ser individuos autónomos, la democracia directa es la comunidad de los seres humanos plenos.

Una asamblea donde todos los individuos determinen su praxis mediante una ideología no es democracia directa, porque eso es como hacer lo que el jefe quiere pero sin que el jefe te lo diga (o sin que el jefe exista). Aceptar las ideologías (incluso las denominadas “revolucionarias”) es aceptar su autoridad sobre nuestra praxis, y la democracia directa sólo es posible cuando los individuos actúan según sus deseos y necesidades reales, no los deseos y las necesidades alienados que la ideología les imprime.

Conclusión

Quien piense que la democracia directa no es la cuestión principal del comunismo, o que es secundaria ante otros objetivos como la socialización de los medios de producción, no ha entendido nada. Sin democracia directa no hay socialización de los medios de producción, solamente otro tipo de estatización. Pues la democracia directa es la expresión de la asociación libre de los productores libres, y esta es la única manera en que la producción sea común.

Quien considera a la democracia directa como un “lujo”, tiene como objetivo al capitalismo de Estado. Quien piense que para que “las masas” aprendan a vivir en democracia directa es necesario un “periodo de transición” bajo la guía de l@s revolucionari@s, solamente prepara el camino para una nueva dictadura sobre el proletariado. La sociedad de iguales hay que empezar a construirla ahora mismo, el tan mentado “periodo de transición” es el que estamos viviendo.

Quien piense que democracia directa e ideología no son excluyentes, no tiene en cuenta que la autonomía real de los individuos requiere la abolición de la separación entre pensamiento y acción, separación de la cual las ideologías son a la vez productos y reproductoras. Quien identifica subjetividad con ideología se equivoca, quien piense que no es posible vivir sin ideologías, no cree verdaderamente en la libertad de las personas.

No se puede pelear contra la alienación con medios alienados. Nuestros medios deben corresponder al fin. La democracia directa no es un sistema organizativo a aplicar, es la experiencia vital del comunismo, la autogestión de nuestras vidas. Es cuando cada individuo es protagonista sin ser jefe. Es la comunidad de am@s sin esclav@s, porque cada un@ sólo es am@ de sí mism@. Es el fin y es el medio a la vez.

Ricardo Fuego
03.05.2006


Escrito y digitalizado a Word por el
Círculo Internacional de Comunistas Antibolcheviques