viernes, 10 de junio de 2011

Teoría revolucionaria: desutopización e identidad

NOTA: El siguiente texto pertenece al Capítulo N°8 del libro de Roi Ferreiro: "La Autonomía Proletaria, más allá de la Izquierda". Lo puedes bajar desde: http://cai.xtreemhost.com/cica/Ferreiro_autoprolmas.zip
La desutopización -movimiento desde posiciones utópicas y especulativas hacia posiciones científicas- es un aspecto constante del desarrollo del proyecto revolucionario desde sus orígenes, comenzando por la evaluación crítica del socialismo y comunismo utópicos por parte de los primeros núcleos del proletariado consciente en el siglo XIX. Marx lo elevó a principio metodológico, condensado en la idea del “socialismo científico”. Pero tal proceso no podía agotarse ahí, pues la desutopización no se refiere solamente a las ideas específicamente utópicas, sino a todo contenido que se muestre extraño o contrario a la efectividad revolucionaria en el curso del devenir histórico.
La desutopización afecta a todas las concepciones falsas, desfasadas o alienantes, con sus correspondientes prácticas. Esto involucra especialmente al fenómeno de la ideologización. Las ideologías separan el pensamiento de la actividad y realidad presentes, tornándolo autonomizado y autorrecurrente, remitiéndolo al autoconcepto subjetivo (ego mental) en forma de refuerzo identitario. En consecuencia, las ideologías ven, miden, valoran el presente en función del pasado y operan como barreras a la creatividad, al futuro. Son una forma de pensamiento fundamentalmente regresiva, porque a medida que crece el desfase histórico entre el contexto concreto en que se formaron las concepciones ideologizadas, y el contexto concreto en el que se pretenden aplicar, las ideologías dan lugar a una regresión al utopismo, a diferencia del utopismo original en tanto que fase infantil del pensamiento creador (que puede superarse tan pronto se asuma el pensamiento científico experimental, con la formulación y ensayo de hipótesis lo más apoyadas en el conocimiento de la realidad.)
La desutopización implica una lucha contra las funciones sociales de las ideologías. A través del proceso de ideologización, y sobre la base de la psicología dominante, las teorías creadas por el pensamiento revolucionario han devenido ideologías con un carácter y función similares a la religión: en una “religión del poder humano colectivo” (A. Toynbee). En el marco de esta ideologización religiosa, la voluntad política adquiere una sustancialidad y poder místicos, su actividad se convierte en la puesta en práctica de una serie de rituales recurrentes sobre la base de libros sagrados, genera formas sectarias de comunidad; reintegra, de este modo, acción política y religiosidad (regresión precapitalista), remite su identidad a pasados míticos, y finalmente opera como una forma de opio psicológico y de mistificación que se añaden a los creados por el capitalismo.
Esta transformación de las ideologías de izquierda sólo es posible porque no sólo no cuestionan, sino que asumen como base, el tipo de subjetividad dominante, y porque sólo conciben su transformación según los moldes racionalistas e instrumentales burgueses. Semejante cosmovisión mecánica no puede evitar la persistencia y la mezcla, con ella misma, de todo género de contenidos psicológicos que no han sido suficientemente comprendidos, o para los que no se ha desarrollado una forma de objetivación adecuada. En una sociedad en la que los destinos individuales están marcados fuertemente por el desarrollo motorizado por las fuerzas ciegas de la economía, la tendencia a la religiosización del pensamiento es una constante y no puede ser contrarrestada salvo mediante el desarrollo de una verdadera subjetividad autónoma, enraizada en el autoconocimiento psicológico y social.
Además, al combinarse con el colectivismo, la religiosización del pensamiento revolucionario no sólo es regresiva en los términos de la sociedad capitalista, sino que como decíamos tiende a adquirir rasgos precapitalistas. Estos rasgos precapitalistas suponen una degradación adicional de la psicología de los individuos que se someten al poder cuasi-religioso de las sectas de izquierda(1) e inhiben la emergencia de su potencial subjetivo (necesidades, capacidades, acción creativa). Tenemos, pues, que diferenciar claramente, con respecto al pensamiento revolucionario, entre la regresión reformista o capitalista, que es un fenómeno socio-político, y la regresión religiosa que es un fenómeno psico-social.
La desutopización se funda en el estudio científico del devenir de la sociedad y de la acción humana, como tal acción nos viene dada o es ensayada experimentalmente dentro de ese marco de totalidad. Para ser efectiva, la teoría revolucionaria tiene que ponerse a la altura de la complejidad de la sociedad y la ciencia actuales, con plena disposición a dejar de lado todas las creencias y las concepciones falsas, por más asentadas que estén en el imaginario de la izquierda. Más en general, como toda teoría científica, la teoría revolucionaria debe rechazar el sentido de autoidentidad -que no ha de confundirse con la sistematicidad interna. Pero la necesidad de este rechazo choca con la psicología alienada: el ego de izquierda teme su dilución en el capitalismo, el ego de izquierda radical teme su dilución en el reformismo. Esta angustia es, luego, reprimida mediante las fijaciones ideológicas, y su energía canalizada mediante comportamientos de tipo compulsivo o religioso.
Este temor tiene su fundamento en el hecho de que el ego se basa en el mecanismo de la fijación psíquica para mantenerse como conjunto relativamente integrado y estable de hábitos de reacción. Sin embargo, la dinámica del desarrollo social del capital es todo lo contrario a fija y, con sus cambios, arrastra directamente tras de sí todas las actividades institucionales y de supervivencia de la sociedad. Por supuesto, el refuerzo del sentido de autoidentidad, de la consistencia interna del ego, mediante racionalizaciones y comportamientos sectarios, es una solución alienante a este problema; además, esta solución produce una impermeabilización del ego que no sólo lo “protege” de una asimilación por las tendencias dominantes de la sociedad: también lo aísla de las emergencias creativas en general y de las revolucionarias en particular(2). La única solución liberadora está en el desarrollo de la autonomía individual; pero esto es evidentemente inasumible en el marco reduccionista de la cosmovisión de izquierda, que todo lo más llega a concebir la autonomía como autonomía de tipo intelectual en un marco de relaciones no coercitivas(3).
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El sentido identitario es un resultado del pensamiento autorreferencial. Arranca de la autoafirmación subjetiva y luego la racionaliza. Excluye el conocimiento de la realidad como un todo (omnijetividad), porque tal conocimiento exige una perspectiva no egocéntrica. Por eso, la identidad no es en sí misma una ideología, pero acaba funcionando como una fuerza ideologizante aunque sea inconscientemente. En lugar de pensar la praxis en términos de adecuación concreta entre necesidades, acciones y resultados, el pensamiento identitario la piensa en función de un deber-ser que corrobora la identidad establecida. Así, el pensamiento científico no está nunca sujeto a reglas externas al proceso de conocimiento, mientras que el pensamiento identitario le impone tales reglas de coherencia en forma de mecanismos lógicos implícitos (lo que lleva a encadenar el pensamiento a premisas lógicas (4))
El problema del pensamiento identitario es que se acopla perfectamente al ego autonomizado, dando lugar a un fortalecimiento de los mecanismos de racionalización autoafirmativa. Ello hace todavía más problemático, si no imposible, diferenciar las simples racionalizaciones con respecto a los pensamientos que tienen una base experimental. Más bien, el criterio científico es subordinado como mera herramienta pragmática al servicio de las racionalizaciones -y así, aplicado inconsistentemente según las conveniencias egocéntricas(5).
Las identidades colectivas político-intelectuales se oponen, además, al desarrollo de la autonomía de los individuos. Impiden al individuo captar de forma plena su propia singularidad irreductible, su propia conciencia en cuanto conciencia histórico-social; y en tanto le permiten su expresión, tienden a subordinarla o anularla como elemento creativo, en favor de los elementos constitutivos de la identidad colectiva. Si bien necesitamos crear formas de identidad nominales para definir marcos particulares de interrelación humana (lugares, organizaciones, tendencias, etc.), las identidades funcionales no son necesarias más que para fines autoafirmativos.

En el plano práctico, la identidad política es un factor de diferenciación artificial, porque cada individuo, colectivo, movimiento, están más determinados por su ser social concreto, con todas sus variables locales y temporales, que por el tipo de representaciones de la realidad que adoptan -ya que las adoptan para servir a sus propias necesidades concretas, sean o no conscientes de ello. Por esta razón, cualquier teoría aparentemente homogénea es objeto de múltiples interpretaciones y, cuando se quiere convertir en elemento identitario, esta diversidad de interpretaciones se transforma inevitablemente en una división política.
En esto se puede apreciar hasta qué punto ni siquiera la autonomía intelectual ha sido desarrollada en el movimiento proletario histórico de forma cabal. Más bien, sólo se ha promovido formalmente, sobre la base de la inculcación previa de referentes identitarios (personajes, terminologías, axiomas...). La verdadera autonomía intelectual exige pensar la realidad desde la propia experiencia personal, que es la base material del pensar como fenómeno sensible y parte constitutiva del proceso de la praxis. Pensamos lo que necesitamos pensar, en función de nuestras circunstancias externas e impulsos internos. Solamente luego adquieren sentido para nosotr@s las reflexiones acerca de las experiencias del pasado, lo cual es aún más cierto cuando tales experiencias ni siquiera son parte de nuestras propias vivencias pasadas. De otro modo, lo que tenemos es una investigación tendenciosa del pasado, guiada por deseos no conscientes y dirigida a servir de material para construir racionalizaciones con respecto al presente y al futuro(6). 
Evidentemente, cuando lo que se investigan son formas pasadas de pensamiento, la actitud identitaria se concentra en aprehender las ideas textuales y hace abstracción de la cosmovisión práctica que implican. Dado que la cosmovisión sólo puede captarse después de un estudio de totalidad, mientras que las ideas-fuerza parecen poder comprenderse por sí mismas -especialmente cuanto mayor es la proximidad del contexto histórico y social-, la confusión es habitual(7)
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NOTAS
(1) Parece relevante señalar aquí que las sectas, por definición, no son tales debido al número de sus integrantes sino debido a sus características de comportamiento colectivo. 
(2) Por lo cual este tipo de subjetividad de izquierda tiende a una actitud paranoide en un doble sentido: con respecto al capitalismo y con respecto a la radicalización. Es así como el oportunismo por un lado, y la ideología anti-izquierdista por el otro, se han convertido en una característica general de las tendencias de izquierda estables, aunque siempre contextualizadas en función de su propia posición dentro del espectro socio-político. Así, en sus versiones extremistas, toda lucha por reformas es descalificada como oportunista y todo despliegue de la creatividad revolucionaria de desvarío izquierdista.
(3) Relaciones no coercitivas que, no obstante, exigen para mantenerse cierto esfuerzo homogeneizador intelectual; un esfuerzo que, en la práctica, funciona como una forma de llevar al ámbito colectivo la racionalización y los comportamientos autoaislantes, lo que explica la facilidad con la que las iniciativas liberadoras acaben produciendo grupos e instituciones sectarios.
(4) Esto nos lleva al terreno de la lógica formal. Incluso si se pretende aplicar una lógica dialéctica, desde el punto de vista científico ésta se rebaja a lógica formal a la hora de proceder; porque de cierta ley o pauta lógica del pensar, el pensador busca una conclusión que está ya implícita en la ley. Así tenemos argumentos del tipo: “si la democracia es burguesa, hay que estar contra la democracia” (lógica formal, donde está vigente la “ley del tercero excluido” -que en este ejemplo sería: “no puede haber democracia no burguesa”). O “si la democracia puede ser o no ser burguesa, todo dependerá de la clase que disponga del poder” (lógica dialéctica idealista). O bien “a determinados fines, corresponden determinados medios”, lo que omite la cuestión fundamental de que, intelectualmente, es el pensamiento el que “determina” todo y no es posible basar el pensamiento científico en ninguna coherencia predeterminada entre medios y fines. La coherencia del pensamiento científico reside en comprender la coherencia de la praxis que se lleva a cabo o que es observada; esto es, en el hecho de que efectivamente la acción involucra el fin propuesto como fin inmanente. Por ejemplo, la praxis revolucionaria tiene que ser efectivamente autoliberadora en el presente. Pero cuáles han de ser los medios concretos para desarrollarla, eso es materia de experimentación constante. De otro modo tenemos un pensamiento normativo que mira al pasado para inferir normas a las que debería adecuarse el comportamiento en el futuro.
(5) Es necesario diferenciar entre tener una metodología teórica -una determinada manera de captar conceptualmente, analizar y luego reconstruir mentalmente la masa de información para darnos una imagen coherente de la realidad- y una identidad política. Nuestra identidad política y, por lo tanto, nuestra vinculación con corrientes de pensamiento social determinadas, debería consistir meramente en una derivada de esa metodología. Desde este punto de vista, es irrelevante definirnos de una manera o de otra, sólo son nombres. Lo que importa es la metodología teórica y la cosmovisión que lleva implícita. Pero no menos importante es que una metodología teórica favorece determinado tipo de construcciones intelectuales y soluciones teóricas y debe, por consiguiente, ser revisada, enriquecida y desarrollada constantemente de modo crítico.
(6) Proyectando inconscientemente nuestra subjetividad particular sobre la realidad colectiva general, convirtiéndola en nuestro espejo: viendo lo que queremos ver y pretendiendo que los otros vean lo mismo.
(7) El caso de las distintas “lecturas” de Marx, por no hablar de las distintas líneas de actualización de su pensamiento intentadas, es muy ilustrativo sobre las consecuencias de las “lecturas” basadas en la aprehensión de las ideas, axiomas, etc. Más ilustrativo aún es que apenas haya habido una revisión crítica de la cosmovisión marxiana, para seguir con el ejemplo, y que todas las disputas se hayan concentrado en cuestiones escolásticas acerca de cuál es el verdadero método teórico marxista.
Por razones similares, y debido a su corta duración como tendencia influyente en las luchas de clases, el comunismo de consejos sufrió rápidamente un proceso de reduccionismo ideológico hasta dar lugar a una ideología espontaneista y obrerista estéril, en absoluto contraste con el estudio serio de las fuentes.

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