miércoles, 6 de octubre de 2010

El desarrollo del movimiento proletario y sus fases

El siguiente es un extracto del libro  Edades culturales y fases psicológicas en el desarrollo histórico del movimiento proletario (2010) de Roi Ferreiro. (click en el subrayado rojo para descargar)


El desarrollo del movimiento proletario y sus fases
Para mostrar la utilidad de los textos y, al tiempo, añadir un punto de vista propio sobre su eje común -la clasificación de las edades culturales o psicológicas del desarrollo de la sociedad humana-, aplicaremos sintéticamente este esquema un caso particular: el desarrollo del movimiento proletario. Para eso entenderemos el movimiento proletario en el sentido específicamente marxiano, esto es, como movimiento autónomo que apunta a la supresión revolucionaria de la sociedad alienada, o sea, como nueva socialidad emergente y creadora que se constituye dentro de la sociedad capitalista.
Esta aplicación tiene un mayor interés si asumimos que, el desarrollo del movimiento proletario, no es lineal y acumulativo, que padece procesos de descomposición que lo obligan a reiniciar etapas de desarrollo no consolidadas, o a repetirlas -aunque sea sobre condiciones a las que ya no corresponden1-. Además, compararemos la clasificación de Lamprecht-Aurobindo con otras más o menos esbozadas por los teóricos revolucionarios, así como con la clasificación de Wilhelm Wundt en su “psicología de los pueblos” (ya que las teorías psicológicas y psico-históricsa de Wundt influyeron claramente en Lamprecht). Luego, estableceremos una correlación con las fases del desarrollo psicológico individual tal y como las define el teórico de la psicología transpersonal Ken Wilber2. Brevemente, insertaremos las relaciones con los modos de producción conocidos:
1º) Fase simbólica. Aquí se inscribe la fase utópica y de sectas, donde prevalecen nociones y actitudes religiosas, todo lo cual refleja una incapacidad congénita de autoarticulación como sujeto autónomo. La individualización es mínima, o sea, lo que tenemos es una comunidad indiferenciada; lo que aplicado a la individualidad grupal supone que el colectivo proletario es incapaz de autodiferenciarse racionalmente de la sociedad capitalista. Se identifica la necesidad de luchar contra la explotación y su solución ideal, pero de forma primitiva y abstracta, o sea, fundamentalmente simbólica. En la terminología marxiana, esta es la “fase de sectas”. En Wundt, la fase primitiva.
2º) Fase típista. Se definen formas de praxis revolucionaria prototípicas en base a la experiencia histórica y se intenta reproducirlas a su vez. Un ejemplo característico fue el revolucionarismo de los siglos XVIII y XIX (catecismos, organizaciones conspirativas, etc., calcadas de la revolución burguesa); pero su rastro se extiende hasta el siglo XX, con el culto a la forma soviet o consejo. Se identifican las formas arquetípicas de la praxis, pero de forma disconexa, intelectual y prácticamente, del complejo proceso que da existencia a las formas vivas de la praxis revolucionaria. Esto impide su reproducción en condiciones históricas diferentes de aquellas en las que surgieran inicialmente, que implicarían procesos sociales distintos pero también resultarían en formas más o menos diferenciadas. Esto lleva a la desesperación, y al fetichismo como reacción: no se comprenden las condiciones en la que las formas revolucionarias surgen y se depositan las esperanzas en la aplicación mecánica de las formas idealizadas. Podríamos llamarle “fase insurreccional”, ya que todo el proceso de desarrollo preparatorio tiende a subsumirse en la preparación de insurrecciones. La esencia de la praxis revolucionaria se confude totalmente con las formas condicionadas que adopta. En Wundt, esta es la fase totémica.
En Wilber la fase simbólica y la típista encajarían en la fase de la sombra. Es oportuno señalar que el propio Lamprecht se da cuenta, como veremos cuando aborda el tema, de que el simbolismo y el tipismo presentan fuertes nexos de continuidad y su distinción inicial es relativamente borrosa. En la fase de la sombra, las necesidades se afirmarían en formas neuróticas. Los niveles correspondientes de desarrollo mental serían -distinguiendo por orden en basal, central y emergente3-: sensorio-físico (sensación y percepción), emocional-fantasmático (operación con imágenes) y mente representativa (operación con símbolos -de 2 a 4 años- y operación con conceptos -de 4 a 7 años-).
A partir de esta integración de las clasificaciones lamprechiana y wilberiana, podemos introducir la hipótesis de que el desarrollo psicológico en su forma histórico-social consistiría en la producción de una cultura tal que permitiese establecer esta constitución mental como característica del desarrollo medio de los individuos adultos. De ahí la correspondencia entre edades culturales (Lamprecht) y fases del desarrollo intrapsíquico y mental del individuo (Wilber). También hay que observar que, según el esquema triádrico de niveles mentales, la cualidad mental emergente sería la que marcaría la diferencia con respecto a la edad cultural anterior y definiría todo el desarrollo hasta la fase siguiente, a pesar de que la cualidad central sea la que determine en mayor medida el tipo de contenidos mentales de la edad y la cualidad basal determine su proceso de originamiento. Por ejemplo, el tipismo claramente se desarrolla por el impulso de la emergente mente representativa, pero su contenido son imágenes (emocional-fantasmático) originadas en la experiencia sensorio-motora.
En Marx, las fases simbólica y tipista corresponderían con los modos de producción comunista-primitivo, antiguo o asiático.
3º) Fase convencional. Todo se define en función de la identidad programático-ideológica y se pierde de vista el contenido efectivo de la praxis en favor de la encarnación fetichista de aquella. Aunque formalmente se diferencia entre esencia y forma de la praxis revolucionaria, entre contenido radical y forma condicionada históricamente, en la práctica no hay la capacidad de considerar esta relación de modo creativo. La creatividad se atribuye más bien a una espontaneidad social abstracta, rechazando el aspecto experimental de la praxis revolucionaria. En consecuencia, se identifican los medios básicos necesarios, pero no se resuelve el problema de articular las formas arquetípicas, pues eso implica concretizarlas, convertirlas en formas efectivas en las condiciones históricas concretas. Como resultado final, en la medida en que crece la diferenciación entre las convenciones establecidas acerca de la praxis y las características de la sociedad concreta que es el marco histórico de la actividad de l@s revolucionari@s, tenemos el aislamiento de estos últimos y según pase el tiempo su mayor autoalienación con respecto al devenir histórico. Podríamos llamarle “fase de aislamiento” o de hegemonía reformista -por su resultado inevitable, incluso si este reformismo es patético. En Wundt esta sería la fase heroica; los “iconos de la revolución”, el culto del líder, etc., son fenómenos de encumbramiento individual que presuponen la reducción del movimiento complejo a sistemas de convenciones.
En Wilber aquí correspondería la fase del ego. Se integran las necesidades fisiológicas, de autoimagen y de finalidad. En el desarrollo mental tendríamos, escalando un nivel desde el orden triádrico anteriormente descrito (basal, central, emergente): emocional-fantasmático, mente representativa, mente regla-rol (capacidad de asumir el rol de los demás y de realizar operaciones regladas -división, clasificación, jerarquización, etc.).
No parece difícil inferir que el convencionalismo se desarrolla mediante la combinación de la mente representativa y el desarrollo progresivo de la mente regla-rol, mientras que sus resultados fortalecen la estructura del ego y el nivel fantasmático-emocional puede ser así reprimido de modo consecuente y constante. Sin embargo, para Wilber la creación de convenciones se correspondería con el nivel ulterior de la conciencia, que llama biosocial. Y en cierto modo tiene razón; podríamos resolver este problema diciendo que, en la fase convencionalista histórica, lo que ocurre es que las convenciones dominan de forma asfixiante la vida social, son fijas y rígidas, debido a que el desarrollo de la mente-rol es todavía parcial; una vez se consolide, en la fase individualista, las convenciones siguen existiendo pero se vuelven flexibles y mutables (de otro modo no habría podido emerger la sociedad capitalista, esa flexibilidad y mutabilidad de las convenciones es lo que la diferencia psico-socialmente, a todos los niveles, de la sociedad feudal y de los restos de formaciones anteriores -familia patriarcal, culturas tribales, etc.-).
En Marx, la edad convencional se correspondería con los modos de producción esclavista, germánico y feudal.
4º) Fase individualista. El desarrollo del movimiento crea las condiciones para una mayor individualización de los individuos y grupos. Cada cual quiere pensar por sí mismo, pero en el sentido racionalista limitado. Se critican las convenciones anteriores, con su fijación, su rigidez, etc., pero la sola racionalidad crítica no puede crear alternativas. Se diluyen, por tanto, las convenciones anteriores, que resultaban estériles como tales, y se reactualiza su contenido si acaso; pero con ello se tiende a perder de vista el ideal colectivo unificador, se olvidan sus representaciones, mientras que antes había quedado preservado superficial y deformadamente en el convencionalismo. Sin embargo toda esta fragmentación y heterogeneización del movimiento proletario crea las condiciones para un movimiento auténticamente consciente de sus necesidades, múltiples y cuya articulación en común es compleja; un nuevo movimiento que aúne el desarrollo individual y el colectivo en libertad. Esta es una fase que podríamos llamar, pues, “atomizada”, lo que por ejemplo se expresa en el “ciudadanismo”, la articulación individualista y por lo tanto efímera de los movimientos u organizaciones sociales, etc. Wundt, por su parte, no diferencia fases ulteriores a partir de esta, hablando de un “camino hacia la Humanidad”; pero de acuerdo con su apreciación, podríamos llamar a ésta una fase de humanismo abstracto, particularista.4
En Wilber correspondería el nivel biosocial de la conciencia: biosocialización, principio de realidad, creación de convenciones. En el desarrollo mental tendríamos: mente representativa, mente regla-rol, mente reflexiva-formal (capacidad de reflexión sobre el propio pensamiento, capacidad de razonamiento hipotético-deductivo o proposicional -si A...., entonces B...-; aprehende y opera sobre relaciones). Tenemos aquí claramente condiciones psicológicas imprescindibles para el desarrollo del modo de producción capitalista, especialmente en su forma de laissez-faire. La mutabilidad de las convenciones sociales hace que los individuos sean, al mismo tiempo, altamente conformistas.
5º) Fase subjetivista. En principio esta fase empieza con la desintegración individualista general y se anuncia con la emergencia de formas contradictorias (por ejemplo, el postmodernismo). Pero tras este caos se están afirmando ya los elementos de una subjetividad superior, más capacitada y más necesitada de autonomía que aquella de las fases pre-individualistas y de la propia fase individualista-racionalista. Aparecen necesidades y procesos de producción de subjetividad más complejos que no pueden encontrar un marco de unificación en la mentalidad convencional, en un racionalismo individual, y mucho menos en las simplezas del simbolismo y del tipismo, prácticamente inoperantes salvo para autorrecreación de pequeños grupos sectarios cuya función social sea conservadora-identitarista o francamente reaccionaria (fascismo, extremismos irracionales). También podríamos llamar a esta fase “diferencialista”, tomando como ejemplo el caso del “feminismo de la diferencia”5; si en la fase individualista crece, con la racionalidad, la apreciación de la igualdad humana, ahora se despliega la apreciación de las diferencias, con lo que hay un avance hacia lo que, siguiendo el enfoque de Wundt, podríamos calificar de una fase intermedia entre el humanismo particularista inicial (el humanismo idealista burgués) y un humanismo verdaderamente universal (el humanismo del individuo social marxiano).
En Wilber la fase subjetivista encajaría con la fase de desarrollo de la conciencia que él llama existencial. Emergerían aquí las necesidades superiores o metanecesidades (en oposición a las necesidades carenciales o de déficit6). En el desarrollo mental, tendríamos la siguiente tríada: mente regla-rol, mente reflexivo-formal, visión-lógico (crea y maneja redes de relaciones, es panorámica, creativo-sintética e integradora).
Esta fase correspondería con el capitalismo en su forma actual. El desarrollo de la subsunción real de la vida en el capital ha supuesto también una creciente diversificación y flexibilización de la producción, para lo cual se enfatiza la dimensión creativa de la subjetividad para generar nuevos productos y crear un mercado final para ellos. El desarrollo subjetivista, en su faceta individual y espontánea -ya que parece corresponder a una tendencia natural a elevar la complejidad psicológica, no puede explicarse su origen por determinaciones mecánicas de la sociedad sobre los individuos-, crea la base para este desarrollo completo de la sociedad capitalista, aunque, al mismo tiempo, su nivel emergente (visión-lógico) tiene implicaciones subversivas7, que de hecho apuntan a un crecimiento de la percepción general de los límites y perversidades que están en la naturaleza del capitalismo. Pues la naturaleza primaria del capitalismo se adecúa a las características de la fase individual-racional y no puede, en última instancia, soportar el crecimiento de la autoexpresión subjetiva de los individuos. El subjetivismo conlleva la ruptura con las convenciones y en este sentido es verdaderamente post-convencional.
Ya que el visión-lógico es el nivel mental emergente, esta fase tiende a la integración de la diversidad en la unidad, a pesar de que la centralidad de los contenidos reflexivo-formales originen, en principio, una multiplicidad creciente de formaciones intelectuales. La base en la mente regla-rol apunta a que los contenidos entran en juego ya elaborados intelectual y socialmente, de modo que todo el desarrollo cultural adquiere inmediatamente una significación social e involucra transformaciones profundas en los sistemas intelectuales (el “cambio de paradigmas”).
6º) Fase espiritual. La unidad de las tendencias de afirmación subjetiva sólo puede encontrar su núcleo común, y así reconstituir la unidad del movimiento, en el reconocimiento del ser humano íntegro, como totalidad de sentidos y cualidades, necesidades y capacidades, cuyo autodesarrollo en cada individuo -pasando por los distintos grupos- sea la finalidad compartida del movimiento. La integración de conciencia y creatividad, de desarrollo individual y colectivo, de unidad y multiplicidad, se hace imperativa. Aurobindo habla de “espíritu”, de una conciencia universal, holística e integrada en el individuo, tal que involucraría su integración y perfeccionamiento intrapsíquicos, psico-somáticos, psico-sociales y socio-históricos8. Se asumen las necesidades de autorrealización transpersonal y se integran con todo el desarrollo de las facetas humanas personales y prepersonales, por lo que también podríamos llamarle a esta etapa “fase de autorrealización o integral” (o “fase de autorrealización integral”). En el enfoque de Wundt, éste sería el humanismo acabado.
En Wilber esta sería la fase transpersonal de desarrollo de la conciencia individual. Aquí las necesidades superiores son satisfechas. En el plano mental, la constitución es: mente reflexivo-formal, visión-lógico y psíquico (capacidad de insight). Tenemos, pues, respectivamente, las capacidades mentales de racionalidad individual, integración autorrealizadora y como emergente la capacidad de autotrascendencia mediante el insight..
Parece difícil que esta psicología pueda convivir con el modo de producción capitalista, dado que el trabajo alienado imposibilida la autorrealización integral. La emergencia de la fase espiritual, desde la perspectiva social, tiene que mostrarse como una aspiración a un vida integralmente creativa y autónoma.
En este punto vemos, con toda claridad, que lo que Aurobindo llama “sociedad espiritualizada” o “edad espiritual” rebasa en mucho lo que hemos descrito aquí, que más bien correspondería con su fase emergente -la que en Aurobindo se llamaría más bien “subjetivismo psíquico”. Pero desde la óptica autobindiana esto tampoco es totalmente incoherente, ya que para Aurobindo el completamiento del humanismo supondría también la condición para trascender la propia naturaleza humana tal y como hoy se conoce. Entonces, perfectamente cabe diferenciar en la llamada “fase espiritual” dos subfases, de modo similar a cómo simbolismo y tipismo comparten una cierta base de continuidad psicológico-individual.
La fase espiritual desarrollada implicaría, en la escala de Wilber, una mente constituida así: visión-lógico, psíquico, sutil (percepción de los arquetipos internos). Esto coincide con Aurobindo, para quien lo “psíquico” sería lo que presidiría la edad espiritual. La centralidad de lo psíquico permitiría que los individuos se relacionasen consigo mismos, entre sí y con su entorno, de modo supraconceptual; esto es, permite que el fluir de la psique no se interrumpa y, a la vez, sea un fluir inteligente y sensible, no ciego y desordenado. Es el estado de perfecta percepción alerta y de relación auténtica con la realidad del que hablaba Jiddu Krishnamurti, la máxima expresión de la inteligencia y la sensibilidad humanas.


NOTAS
1 Cuando es así tenemos, como decía Marx, una repetición que en realidad es una farsa (por más que pueda resultar históricamente inevitable a veces). Es preciso diferenciar estas repeticiones, estériles como tales, de las repeticiones debidas a la falta de consolidación; pero éstas últimas también pueden “caducar” si no se realizan a tiempo y surgen condiciones históricas nuevas en las que se exige un “salto de fase”. Es el mismo caso que ocurre con el desarrollo del capital, cuyas condiciones y formas están determinadas por el nivel medio de desarrollo de la economía mundial y de su sector en particular; no es posible, con cierto nivel de desarrollo en la composición técnica y en valor del capital, entrar en un sector dado sin ser inmediatamente destruido por la competencia.
Un ejemplo de la repetición estéril serían los intentos patéticos por reconstruir los sindicatos bajo su forma anterior cuando, en la actualidad, todas las características objetivas y subjetivas del trabajo asalariado han cambiado sustancialmente y hacen inefectivas las viejas estructuras. O la pretensión de que tales intentos lleven a un nuevo resurgimiento del sindicalismo, creyendo que al crear sindicatos “de base”, con democracia directa, etc., se puede producir un desarrollo del movimiento obrero laboral que, en el fondo, se concibe básicamente idéntico al del siglo XX (identidad con el trabajo asalariado, uniformidad ideológica, etc.). En realidad, lo único verdaderamente en común con el sindicalismo original es que se presupone al trabajador como individuo libre que vende su fuerza de trabajo, sin tener en cuenta que el grado de autoalienación e integración social, así como el desarrollo del poder del capital a través de la subsunción creciente de la vida en el capital, alteran sustancialmente las posibilidades mismas de que el sindicalismo pueda funcionar como resorte de la emergencia de la autoactividad obrera. Al contrario, se trata de un resorte que, en sí mismo, por sus relaciones sociales internas y externas constituyentes (afiliación y vinculación entre los miembros y relaciones con las instituciones del capital), no pone en cuestión la autoalienación, sino que la toma como un hecho natural; de otro modo no podría ser un sindicato en el sentido habitual de la palabra, sería sólo un núcleo autónomo. Por lo tanto, el potencial liberador del sindicato es intrínsecamente débil y, en un contexto donde la dominación del capital es omnímoda y omnipresente, queda anulado. El sindicato sólo puede existir entonces como aparato de recuperación, esto es, de reintegración social y readaptación ideológica.
En consecuencia, hoy sólo sería útil desde la perspectiva liberadora una forma de sindicalismo de tipo transitorio, donde la forma-sindicato ya estaría casi diluida en un movimiento de cooperación activo, como ocurriría por ejemplo en la propuesta de Red de Grupos Obreros elaborada por el Grupo de Comunistas de Consejos de Galiza.
2 La correlación entre los esquemas de los distintos autores y los contenidos de cada nivel o fase, debe considerarse de autoría propia. Esto vale especialmente para Wilber, por lo que no deben identificarse los criterios y posiciones aquí desarrollados con los suyos.
3 Esta distinción y la correlación entre niveles de desarrollo de la conciencia (sombra, ego, biosocial, existencial, transpersonal) y niveles de desarrollo de la mente (sensorio-físico, fantasmático-emocional, mente representativa, mente regla-rol, mente reflexivo-formal, visión-lógico, psíquico, sutil y causal), es obra propia, aunque se base en esta bibliografía del autor: Ken Wilber, El espectro de la conciencia, 1977 -págs. 358-361-; Ken Wilber, Psicología integral, 1986 -primera parte-.
4 La idea de humanidad no surge “como una eliminación de anteriores relaciones y condiciones psíquicas”, “la ampliación de la comunidad cultural no mer­ma la conciencia de los pueblos ni los particulares de nacio­nalidad, sino que... antes bien se afirman y se acrecientan con el desarrollo de los productos de la cultura, ampliándose la diferenciación nacio­nal y con ello las peculiaridades espirituales y la personali­dad individual de cada pueblo.” (W. Wundt, Elementos de psicología de los pueblos, 1912)
6 Tenemos que hacer notar que Wilber se remite a la jerarquía o pirámide de necesidades de Maslow.
7 El mismo Ken Wilber, principal referente del pensamiento integral y al mismo tiempo un burgués y un imperialista yanqui, es un ejemplo de las contradicciones de esta fase.
8 En Wilber, los cuatros cuadrantes: interior-individual, exterior-individual, interior-social y exterior-social.

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