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PREFACIO A LA EDICIÓN ESPAÑOLA
Si nos situamos en un terreno exclusivamente económico, ¿se puede considerar que el capitalismo tiene un límite histórico? Por su parte, la gran marxista Rosa Luxemburgo respondía diciendo que si, indudablemente, el capitalismo, en tanto que modo de producción, llegaría a un estadio último en que se convertiría en “una imposibilidad económica objetiva”, ella descartaba, no obstante, esta eventualidad al considerar que antes incluso de que el capitalismo hubiese podido recorrer la totalidad de su trayectoria histórica, “la exasperación de los antagonismos sociales y políticos” crearía “una situación tan insostenible” que no habría necesidad de que el capitalismo alcanzase un tal extremo para desaparecer. Esto fue escrito en 1913 en su ensayo “La Acumulación del capital”. Casi 90 años después, ¿es posible todavía sostener semejante punto de vista? Lo que la Historia ha mostrado después es que la lucha de clases, que debía, según Rosa Luxemburgo, abreviar la duración de la vida del capitalismo, no ha sido capaz de llevar a cabo esa misión. No porque tal lucha fuese inexistente, sino porque el capitalismo encontró en sí mismo suficientes recursos económicos como para cortarle la hierba bajo los pies y así hacerla lo bastante inofensiva como para evitar que pudiese poner seriamente en peligro su sistema. Es lo que ocurrió, por ejemplo, con ocasión de la gran crisis de 1929-33, cuando el capitalismo, a pesar del hundimiento espectacular de su economía, acabó por enderezar la situación y de este modo hizo inoperante la lucha de clases desde un punto de vista revolucionario, no desembocando ésta más que en soluciones reformistas: New deal, keynesianismo, intervención del Estado, sin contar, después de la guerra en 1945, la fase llamada de los “30 años gloriosos” que vio, con ayuda del “Estado-providencia”, la puesta en marcha de toda una serie de reformas (seguridad social, jubilación, salario mínimo, extensión de las vacaciones pagadas, etc.), lo que tuvo como efecto apagar aún más la lucha de clases.
¿Quiere esto decir que la lucha de clases debe ser considerada nula en el final del capitalismo? No, pues a todas luces este último no desaparecerá por sí mismo sin intervención de los hombres. Ciertamente son éstos los que hacen su propia historia pero, como decía Marx, en condiciones determinadas.
Ahora bien, como lo ha demostrado la historia del siglo XX, está claro que jamás se dieron tales condiciones. Esto significa una cosa: mientras que el capitalismo disponga de un margen de maniobra económica para remontar sus crisis y, por tanto, sea capaz de proseguir su acumulación, no se podrá contar con la lucha de clases para ajustarle las cuentas. Para esto será necesario que el capitalismo haya alcanzado sus límites económicos objetivos y, por tanto, haya llegado hasta el final de su curso histórico posible y se vea suprimido entonces por la acción de los hombres.
A fin de encontrar una salida victoriosa que desemboque en el comunismo no falsificado, ¿por qué proceso complejo deberá pasar una tal acción? Esto no es posible entreverlo de un modo preciso, al no haber comenzado la lucha por la liquidación definitiva del capitalismo. Por el contrario, lo que sí es posible entrever ya – y este es el objeto propio de esta “investigación” sobre el capitalismo actual – es que el sistema capitalista ha entrado ya, no en una crisis económica grave y permanente que anunciaría su caída inminente – lo que sería ridículo pretender – sino en una zona límite de su desarrollo que nosotros llamamos “final de ciclo histórico”: en adelante – desde 1975, grosso modo – el sistema ha perdido económicamente su dinámica y no funciona ya más que al ralentí; socialmente, para recobrar algo su vigor, está condenado a poner en tela de juicio gradualmente todo el dispositivo reformista que había puesto en marcha, lo que no dejará de tener consecuencias sobre la “paz social” que había logrado instaurar; estructuralmente está gastado, costándole cada vez más trabajo a las relaciones sociales capitalistas reproducirse (aparición explosiva de los empleos improductivos – no creadores de plusvalía -, lo que va contra la lógica del sistema, una capa creciente de la población descartada del salariado y condenada a la exclusión, a la precariedad, al trabajo negro, a ser asistida, a las “chapuzas”); políticamente, está falto de herederos, viéndose la democracia burguesa abandonada por una parte creciente de los electores; ideológicamente, ya no tiene perspectivas creíbles que ofrecer, estando agotados los ideales clásicos burgueses, aun si para devolverles algo de vigor se agita el espantajo de un seudo “peligro fascista”.
Evidentemente, tal situación creada, que puede durar todavía un tiempo bastante prolongado, no es muy agradable de vivir pues vivimos el declive de un mundo, el declive del mundo capitalista cuyos primeros balbuceos se hicieron oír hace unos 5 siglos. En este mundo, al no aparecer por ahora en el horizonte ninguna alternativa creíble y tangible en su lugar, muchos se entregan, para escapar de él, a una especie de huída hacia delante en las diversiones de toda clase, en lo “festivo” – jamás se ha hecho tanta “fiesta” a propósito de todo y de nada – pues hay que aturdirse, a falta de algo mejor. No importa, este mundo no deja de ser el nuestro, el que hay que analizar, sondear, descifrar, y esto es lo que este escrito se ha empeñado en hacer, al estar imbuido por la idea de que acabará siendo sancionado por una revolución emancipadora.
Junio de 2002
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