“Todo el sistema de producción capitalista se funda en el hecho de que el trabajador debe vender su fuerza de trabajo como mercancía” (Karl Marx).
Organización social en que la Economía se autonomiza e impone a todos los otros aspectos y fines de la vida humana, poniéndolos al servicio de la producción de mercancías. Desde la disolución de la comunidad primitiva y el surgimiento de las clases sociales, el dinero y los poderes separados, hasta la imposición violenta y posterior generalización de la forma capitalista de la producción se ha recorrido un largo proceso histórico cuyo resultado final es la sociedad de clases más concentrada y con los más altos niveles de alienación de la historia (donde los seres humanos se encuentran separados de sí mismos, de la comunidad y del producto de su actividad). Desde el siglo XVI hasta nuestros días este sistema social ha llegado a todos los rincones del planeta poniendo absolutamente todo en venta y además haciéndonos creer que tal era nuestro destino, pues las cosas siempre han sido y seguirán siendo así.
Dado que en tanto mercancías no interesa para nada la utilidad real de las cosas por su capacidad de satisfacer necesidades reales, todo el sistema social capitalista está orientado a la acumulación eterna de valor. Por eso en todas las áreas de la vida cotidiana bajo el dominio del Capital se produce una pérdida de cualidad en aras del crecimiento de lo cuantitativo (mercancías, dinero, capital y una "inmensa acumulación de espectáculos"). Como en el capitalismo la actividad humana deviene trabajo asalariado, la humanidad tiende a dividirse en dos clases antagónicas: la de quienes compran y la de quienes venden fuerza de trabajo (burguesía y proletariado -este último, heredero de todas las clases explotadas de las épocas previas al capitalismo moderno-).
Para poder asegurar su dominio sobre toda la sociedad, la burguesía o clase capitalista tuvo que conquistar el poder político. Mediante el Estado ("monopolio de la decisión política" según la acertada definición del fascista Carl Schmitt), la democracia y la ideología dominante, este violento y extraño sistema social logra reproducirse a diario desde las bases más profundas de la subjetividad y la vida cotidiana.
El sentido del tiempo en el capitalismo es el del tiempo homogéneo y lineal de la producción de mercancías: bloques de tiempo vacío que son intercambiables entre sí, y que han perdido cualquier sustancia y cualidad porque "tiempo es dinero". El primer lugar donde se impuso este tiempo fueron las "casas de trabajo" de Inglaterra en el siglo XVI, luego aplicadas en Holanda y otros países centrales, donde se encerraba y obligaba a los ex-campesinos a volverse proletarios y aceptar la disciplina de fábrica. No por nada estas instituciones fueron la raíz de las cárceles y establecimientos penitenciarios que la burguesía generalizó en los dos últimos siglos, y que desde el inicio han cumplido una función esencial como intimidación hacia la fuerza de trabajo “libre” y de disciplinamiento y/o reducción de los refractarios. El capitalismo inventó la cárcel, y lo carcelario está presente en todo el espacio social conquistado por la producción de mercancías.
Además de esta esencia carcelaria, la sociedad del capital tiene un sello mortuorio, lo cual no es de extrañar, pues el capital es, para Marx, una especie de vampiro que se alimenta de trabajo vivo convirtiéndolo en trabajo muerto. Donde se impone el capitalismo, todos pasamos a ser una especie de zombies, pues su verdadera gran novedad del consiste en poner toda la actividad humana al servicio del "trabajo muerto". De ahí que el trabajo asalariado sea, bajo una fachada jurídica liberal, la forma moderna que adquiere la esclavitud.
Frente al capitalismo y su dominación total, la contestación comunista por parte del proletariado no puede sino ser también una negación total del capitalismo, la democracia, el Estado, las ideologías, separaciones, el espacio e incluso el sentido del tiempo lineal propio de la producción de mercancías. La revolución proletaria es diferente a todas las precedentes: no puede hacer uso del Estado,-pues con ello mantendría nuevas divisiones de clase- y tras eliminar la resistencia de la clase dominante vencida, procede a la disolución de todas las clases y de sí mismo. Por otra parte, toda negación parcial de algunos aspectos del capitalismo conduce a diversas formas de expresión del mismo (distintos roles del estado, carácter privado o burocrático de la clase dominante, predominio de tal o cual estado-nación, etc.), que en nada alteran su naturaleza esencial de sistema productor de mercancías y de acumulación de valor. Para la Crítica de la Economía Política, como teoría del proletariado, tales fenómenos coyunturales no son el centro de atención: lo esencial en este desarrollo es el paso de una fase de dominación formal a otra de dominación material, que triunfa cuando se logra “reemplazar todas las presuposiciones sociales y naturales pre-existentes con sus propias y particulares formas de organización que median la sumisión del conjunto de la vida física y social a las necesidades reales de la valorización” (Gianni Collu, “Transición”, Invariance Nº 8, 1969.
Traducción en: http://www.hommodolars.org/web/spip.php?article3142
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