Socialismo y humanismo según Petrovic y Fromm: fundamentaciones
Es relevante para nuestro tema considerar aquí las interpretaciones del filósofo yugoslavo Gajo Petrovic acerca del comunismo, el socialismo y el humanismo. En primer lugar, Petrovic intentó abordar la distinción entre socialismo y comunismo, que hacía Marx en los Manuscritos del 44, según el modelo socialdemócrata de dos etapas, una inferior y otra superior.
“Marx consideraba que la sociedad que ha de surgir como negación del capitalismo no ha de ser únicamente una negación del orden económico capitalista, sino también una negación de la relación existente entre las diferentes «esferas» características de la sociedad de clases; no solamente ha de abolirse la primacía de la esfera económica, sino también la atomización del hombre en esferas extrañas entre sí.”
“Los textos de Marx confirman la concepción del socialismo como etapa «superior» con respecto al comunismo. Por otra parte la etimología de estas palabras también corrobora dicha terminología; así, «comunismo» (comparado con communis - común) significa una sociedad en la que los medios de producción son comunes y «socialismo» (que corresponde a socius - camaradas) significa una sociedad en la que todas las personas son camaradas. Por consiguiente, la segunda fase es, sin duda, superior y más difícil de alcanzar que la primera.”
Y revisando los Manuscritos del 44, en particular una cita que hemos mencionado anteriormente sobre el ateísmo y el socialismo, Petrovic interpreta que
“La relación entre «ateísmo» y «socialismo» es análoga a la que existe entre el «comunismo» y la «vida real». El ateísmo es la afirmación de la existencia del hombre mediatizada por la negación de Dios. Por el contrario, el socialismo no necesita un intermediario, es la autoconciencia positiva del hombre que ya no está mediatizada por la abolición de la religión. Por consiguiente, mientras que el comunismo es la sociedad humana mediatizada por la abolición de la propiedad privada, el socialismo es un aspecto de esta forma superior de sociedad inmediatamente humana. El socialismo no es la totalidad de esta sociedad, sino únicamente un aspecto de la «vida real», su autoconciencia. Es evidente que el hecho de que Marx considere al comunismo como la etapa «inferior» y al socialismo como un aspecto de la etapa «superior» (su autoconciencia) no nos ha de conducir a la aceptación de su terminología, ni de su concepción (pues no se trata únicamente de una terminología). Pero, en la actualidad, ¿no es de una importancia vital para el género humano la distinción entre la condición social en la que se suprime la propiedad privada (comunismo), de la comunidad humana en la que el hombre es socius de otro hombre (socialismo, o mejor humanismo)?”
Pero a nosotros esta interpretación nos parece errónea; en realidad es una inferencia arbitraria de Petrovic, que quiere diferenciar humanismo y socialismo. Para Marx no tenía sentido concebir el socialismo como mera “autoconciencia”, como veremos más adelante. Lo que Marx pretendía es quizá lo que Fromm, citado por Petrovic, dice al respecto:
“¿Qué ocurrirá después del comunismo?” “-así como el ateísmo -escribe Marx- que es la superación de Dios, representa el devenir del humanismo teórico, el comunismo, que es la abolición de la propiedad privada, constituye la reivindicación de la vida real del hombre como propiedad suya: el devenir del humanismo práctico; es decir, el ateísmo es el humanismo integrado a sí mismo mediante la supresión de la religión, y el comunismo es el humanismo reintegrado a sí mismo mediante la abolición de la propiedad privada. Sólo a través de la supresión del intermedio -que, no obstante, es una condición preliminar y necesaria- nace el humanismo que parte positivamente de sí mismo: el humanismo positivo.” (E. Fromm, Marx y su concepto de hombre, cap. 6)
Dado que Petrovic se basa en Fromm, y el tema afecta directamente a la noción de socialismo en Marx, se hace necesario que abordemos ampliamente la citada obra de Fromm, Marx y su concepto de hombre (1961). En ella Fromm plantea una cuasi-identidad entre socialismo y humanismo, basada en la tesis de que:
“La concepción del socialismo en Marx se desprende de su concepto del hombre.” (ibid., cap. 6)
Entonces, si el comunismo no es el “fin del desarrollo humano”: “¿Cuál es ese fin?” -se pregunta Fromm. Y se responde él mismo:
“Evidentemente, el fin del socialismo es el hombre. Es crear una forma de producción y una organización de la sociedad en que el hombre pueda superar la alienación de su producto, de su trabajo, de sus semejantes, de sí mismo y de la naturaleza; en la que pueda volver a sí mismo y captar el mundo con sus propias facultades, haciéndose uno, así, con el mundo. El socialismo era para Marx, como ha dicho Paul Tillich, “un movimiento de resistencia contra la destrucción del amor en la realidad social”. (ibid., cap. 6)
“El socialismo, para Marx, nunca fue como tal la realización de la vida, sino la condición de esta realización. Cuando el hombre haya construido una forma racional, desalienada de sociedad, tendrá la oportunidad de comenzar con lo que es el fin de la vida: el «despliegue de las fuerzas humanas que se considera como fin en sí, el verdadero reino de la libertad». (ibid., cap. 6)
“Para Marx, el fin del socialismo era la emancipación del hombre y la emancipación del hombre era lo mismo que su autorrealización en el proceso de la relación y la unidad productiva con el hombre y la naturaleza. El fin del socialismo era el desarrollo de la personalidad individual.” (ibid., cap. 4)
Esta perspectiva es interesante, en el sentido de que, si el comunismo es la “negación de la negación” respecto de lo existente, es el “momento” necesario para suprimir la autoalienación; pero como tal no la suprime totalmente, sino que más bien, arranca sus raíces de la vida práctica y con ello abre el camino para un proceso de autodesalienación integral de los individuos. Porque los individuos y su vida son, en un principio, el producto complejo de su actividad autoalienada. Su autoalienación está materializada en todos los componentes, relaciones sociales, estructuras sociales, representaciones y estructuras psicológicas; tiene una materialidad concreta, es en principio la forma sensible y total de su vida. El proceso de autocuestionamiento total, de desarrollo de nuevos modos de ser y de nuevas estructuraciones en todos los campos de la vida, es un proceso progresivo en que lo subjetivo y lo objetivo se transformarán, a través de una praxis que vaya liberando y amplificando su potencial creativo, y que tomará como objeto de desarrollo la totalidad de los sentidos y cualidades humanos y sus manifestaciones objetivas en la actividad social.
Fromm ve el fundamento del comunismo y del socialismo en esa libertad positiva, cuyo reflejo es la concepción del hombre como productor de su propia existencia, y que para Marx es una cualidad inmanente a la esencia humana que se concretiza y formaliza socio-históricamente:
“...Como dice Marx, el hombre es independiente solo «...si afirma su individualidad como hombre total en cada una de sus relaciones con el mundo, al ver, oír, oler, saborear, sentir, pensar, desear, amar; en resumen, si afirma y expresa todos los órganos de su individualidad», si no sólo es libre de, no libre para.” (ibid., cap. 4)
“Para Marx, el fin del socialismo era la libertad, pero la libertad en un sentido mucho más radical que como la concibe la democracia existente: la libertad en el sentido de independencia basada en la posibilidad del hombre para pararse sobre sus propios pies, utilizar sus propias fuerzas y relacionarse productivamente con el mundo. «La libertad -decía Marx- es hasta tal punto la esencia del hombre que hasta sus oponentes lo comprenden... Ningún hombre lucha contra la libertad; en todo caso, lucha contra la libertad de otros. La libertad ha existido siempre, pues, en todas sus manifestaciones, solo que algunas veces como privilegio especial y otras como derecho universal».” (ibid., cap. 6)
Más en general, Fromm entiende el socialismo como el desarrollo del individuo a la vez libre y adecuado a su naturaleza -lo que nosotros podríamos llamar autonomía humana integrada-:
“Para Marx, el socialismo (o el comunismo) no es una huida, abstracción o pérdida del mundo objetivo que los hombres han creado objetivando sus facultades. No es una vuelta empobrecida a la simplicidad primitiva y antinatural. Es, en lugar de eso, el primer surgimiento, la actualización genuina de la naturaleza del hombre como algo real. El socialismo, para Marx, es una sociedad que permite la actualización de la esencia del hombre, al superar su alienación. Es nada menos que la creación de las condiciones para un hombre verdaderamente libre, racional, activo e independiente; es la realización del fin profético: la destrucción de los ídolos. (ibid., cap. 6)
Hasta aquí no vemos una justificación para trazar la distinción entre humanismo y socialismo que plantea Petrovic -y que en Fromm únicamente está implícita. Además, recordemos que para Marx el comunismo, el humanismo y el naturalismo formaban una síntesis, una síntesis que tenía una existencia concreta en la tendencia de desarrollo del movimiento comunista real.
En Fromm, la distinción entre socialismo y humanismo tiene que ver con su enunciado de que el socialismo es el cumplimiento de las profecías religiosas acerca de una nueva vida, divina o espiritual, para los seres humanos.
“El socialismo (en su forma marxista y en otras) volvió a la idea de la "sociedad buena" como condición para la realización de las necesidades espirituales del hombre. Era antiautoritario, por lo que se refiere a la Iglesia y al Estado, y tendía por tanto a la eventual desaparición del Estado y al establecimiento de una sociedad compuesta por individuos que cooperaran voluntariamente. Su fin era una reconstrucción de la sociedad para convertirla en la base de la verdadera vuelta del hombre a sí mismo, sin la presencia de aquellas fuerzas autoritarias que restringían y empobrecían el espíritu del hombre.”
“Es la síntesis de la idea profética cristiana de la sociedad como el plano de la realización espiritual y de la idea de la libertad individual. Por esta razón, se opone a la Iglesia por su restricción al espíritu y al liberalismo por su separación de la sociedad y los valores morales. Se opone al stalinismo y al jruschovismo, por su carácter autoritario y por su descuido de los valores humanistas.” (ibid., cap. 6)
Por supuesto, los orígenes de las ideas revolucionarias modernas sobre la sociedad y sobre el hombre se pueden rastrear hasta las religiones. Pero la razón de ello no es que las propias doctrinas religiosas derivasen consecuencias revolucionarias a partir de la realidad espiritual del hombre, sino que, en la medida en que las expresiones teóricas, científicas o filosóficas, y la propia vida práctica cotidiana de los individuos, no existieron nunca, salvo parcial y aisladamente, de forma separada de las doctrinas y la vida religiosas hasta la modernidad, en esta misma medida las necesidades de transformación social tenían que expresarse en un lenguaje religioso, tenían que mezclarse con las doctrinas espirituales y hasta infiltrarse inconscientemente en el proceso de los éxtasis proféticos y las revelaciones místicas, presentándose, en consecuencia, como parte de un mandato supraterrenal y extrahumano.
Por otro lado, la oposición al bolchevismo no tiene por qué realizarse a partir de postulados humanistas, porque tanto teórica como prácticamente el autoritarismo y la crudeza de los regímenes y movimientos que el bolchevismo ha inspirado a lo largo del siglo XX -y aun en el siglo XXI sirve como al menos legitimación ideológica de otros-, son rechazables desde la constatación crítica de que reproducen el trabajo asalariado y, por consiguiente, son formas de capitalismo de Estado y no formas distorsionadas de socialismo o comunismo. Para Marx, el comunismo o el socialismo son intrínsecamente humanistas y naturalistas, en un sentido radicalmente opuesto al capitalismo. De modo que, la defensa de una doctrina o movimiento llamado “humanista”, como diferenciado del comunismo y del socialismo, en realidad supone una ambigüedad, bien en el sentido de que los supuestos regímenes socialistas o comunistas que se han creado en el siglo XX son lo que dicen ser, a pesar de sus ‘fallos’, o bien en el sentido de que el desarrollo abstracto del humanismo social en las sociedades capitalistas es una forma de contribuir en éstas al avance hacia una revolución social. Esta última es la posición de Fromm; de ahí que, en su teoría, la identidad o síntesis de humanismo y socialismo es, en el fondo, lo contrario, una excusa para su desligación práctica.
La humanización del capitalismo es una contradicción en términos, porque tomando como punto de partida incuestionado una totalidad de relaciones humanas alienadas, el desarrollo del proceso de humanización asume también, de necesidad, un carácter alienado. Este desarrollo tiene un contenido humanizador positivo, pero también un contenido alienador negativo, e involucra el no reconocimiento de este aspecto alienante como lo que es. O sea, este desarrollo “humanista” involucra un autoengaño de los individuos y una mistificación ideológica. Los individuos se vuelven más humanos, por ejemplo, menos violentos; pero para ello aprenden a ser menos violentos, esto es, se recondicionan de modo que su agresividad se expresa de otras formas; las raíces de la violencia no desaparecen y, en su lugar, se camuflan más que antes. Por lo tanto, los individuos descubren que pueden ser menos violentos, no cómo dejar de ser violentos. Y en la medida en que las situaciones de la vida intensifican su agresividad en circunstancias en las que los aprendizajes de conductas sustitutivas no son aplicables, estos individuos aparentemente menos violentos muestran abrupta y ciegamente su violencia, y quizá con mayor intensidad y brutalidad que antes. Porque ahora su conciencia superficial ha olvidado lo que es el uso de la violencia y, en consecuencia, se han debilitado los mecanismos de autorrepresión.
En resumen, la desligación práctica del humanismo y el socialismo, manteniendo sin embargo su unidad en la teoría, conlleva una falacia práctica y, por ello, resulta en una mistificación ideológica. Lo que en Fromm parece ser una cuasi-identidad entre humanismo y socialismo, finalmente se muestra como una escisión, la misma que está implícita en la socialdemocracia al separar la lucha por reformas y la lucha por la revolución, la vida cotidiana de la praxis revolucionaria, y al convertir la última en una mera representación cuyo saber estaría depositado en las cabezas de los intelectuales de partido.
Ahondando más, Fromm muestra cuál es la raíz de su posición humanista abstracta -variante del humanismo burgués de siempre- y de su argumento “religioso” al tratar el tema de las necesidades humanas:
“El socialismo, según Marx, es una sociedad, que sirve a las necesidades del hombre. Pero, preguntarán muchos, ¿no es eso precisamente lo que hace el capitalismo moderno? ¿No están nuestras grandes compañías ansiosas de servir a las necesidades del hombre? ¿Y no se dedican las grandes compañías de publicidad, con grandes esfuerzos que van desde las encuestas hasta los «análisis de motivación», a tratar de descubrir cuáles son las necesidades del hombre? Sólo podrá entenderse la concepción del socialismo de Marx si se comprende la distinción que hace Marx entre las verdaderas necesidades del hombre y las necesidades sintéticas, artificialmente producidas.
Como se desprende de toda la concepción del hombre, sus verdaderas necesidades están arraigadas en su naturaleza; esta distinción entre necesidades verdaderas y falsas es posible sólo sobre la base de una visión de la naturaleza del hombre y de las verdaderas necesidades humanas enraizadas en su naturaleza. Las verdaderas necesidades del hombre son aquellas cuya satisfacción es necesaria para la realización de su esencia como ser humano. Como dice Marx: «La existencia de lo que realmente amo es experimentada por mí como una necesidad, sin la cual mi esencia no puede realizarse, satisfacerse ni completarse.» Sólo sobre la base de una concepción específica de la naturaleza del hombre puede establecer Marx la diferencia entre las necesidades verdaderas y falsas del hombre. Desde el punto de vista puramente subjetivo, las necesidades falsas son experimentadas como si fueran tan urgentes y reales como las verdaderas y, con una perspectiva puramente subjetiva, no hay criterio para hacer la distinción. (En la terminología moderna podría diferenciarse entre las necesidades racionales [sanas] y las neuróticas.) Con frecuencia el hombre sólo es consciente de sus necesidades falsas y permanece inconsciente ante las verdaderas. La tarea del estudioso de la sociedad es, precisamente, despertar al hombre para que puede cobrar conciencia de las falsas necesidades ilusorias y de la realidad de sus necesidades verdaderas. El fin principal del socialismo, para Marx, es el reconocimiento y la realización de las verdaderas necesidades del hombre, que solo será posible cuando la producción sirva al hombre y el capital deje de crear y explotar las necesidades falsas del hombre.
La concepción del socialismo de Marx es una protesta, como lo es toda la filosofía existencialista, contra la alienación del hombre; si, como dice Aldous Huxley, «nuestros sistemas económicos, sociales e internacionales de la actualidad se basan, en gran medida, en el desamor organizado», el socialismo de Marx es una protesta contra este mismo desamor, contra la explotación del hombre por el hombre y contra su explotación respecto de la naturaleza, el desprecio de nuestros recursos naturales a expensas de la mayoría de los hombres de hoy, y más aún de las generaciones venideras. El hombre desalienado, meta del socialismo como ya lo hemos demostrado, es el hombre que no «domina» a la naturaleza, sino que se identifica con ella, que está vivo y reacciona ante los objetos, de modo que los objetos cobran vida para él.
¿No significa todo esto que el socialismo de Marx es la realización de los impulsos religiosos más profundos, comunes a las grandes religiones humanistas del pasado? Así es, siempre que comprendamos que Marx, como Hegel y otros muchos, expresa su preocupación por el alma del hombre no en términos teístas sino filosóficos.” (ibid., cap. 6)
La primera premisa de Fromm es la distinción entre necesidades verdaderas y sintéticas. Pero esta oposición no existe en Marx. Marx no distingue dos tipos de necesidades, sino dos formas de objetivar las necesidades: la coherentemente humana y la alienada. El dinero, por ejemplo, es para él la “verdadera necesidad producida por la Economía Política y la única necesidad que ella produce” (Manuscritos del 44). En este caso podemos hablar de necesidad “sintética”, obviamente; pero también son “sintéticas” o “artificialmente producidas” todas las necesidades concretas, porque en tanto son necesidades humanas y no animales involucran siempre una forma concreta, un objeto, que no está determinado meramente de forma instintiva, sino social, y que, por lo tanto, es a la vez un producto de la creatividad social y personal:
“La formación de los cinco sentidos es un trabajo de toda la historia universal hasta nuestros días. El sentido que es presa de la grosera necesidad práctica tiene sólo un sentido limitado. Para el hombre que muere de hambre no existe la forma humana de la comida, sino únicamente su existencia abstracta de comida; ésta bien podría presentarse en su forma más grosera, y sería imposible decir entonces en qué se distingue esta actividad para alimentarse de la actividad animal para alimentarse.”
“El productor se aviene a los más abyectos caprichos del hombre, hace de celestina entre él y su necesidad, le despierta apetitos morbosos y acecha toda debilidad para exigirle después la propina por estos buenos oficios.
Esta alienación se muestra parcialmente al producir el refinamiento de las necesidades y de sus medios de una parte, mientras produce bestial salvajismo, plena, brutal y abstracta simplicidad de las necesidades de la otra; o mejor, simplemente se hace renacer en un sentido opuesto.”
La distinción entre lo natural y lo artificial, por consiguiente, puede aplicarse a la naturaleza prehumana, pero no a la humana. La distinción de Fromm entre necesidades verdaderamente humanas y sintéticas no es válida desde un punto de vista marxiano. Lo que desde esta perspectiva puede distinguirse son las necesidades individuales y las instrumentales -como la necesidad de dinero o, a escala de toda la sociedad, la necesidad de que existan las relaciones alienantes y sus formas correspondientes. Con todo, en este caso hay que tener bien en mente que, para Marx, el individuo es un ser social y sus necesidades, por consiguiente, adoptan formas sociales e incluso cuando asumen formas perversas (antisociales, brutalmente deshumanizadas, etc.) no dejan de serlo; al contrario, para Marx estos fenómenos producidos por la autoalienación humana son una expresión coherente del carácter alienante extremo y total de la sociedad capitalista.
Habiendo aclarado esto, podemos afirmar que la “visión de la naturaleza del hombre y de las verdaderas necesidades humanas enraízadas en la naturaleza”, “aquellas cuya satisfacción es necesaria para la realización de su esencia como ser humano”, es una creación arbitraria del pensamiento de Fromm. La esencia humana, para Marx, no es separable de su forma histórica, aunque sólo sea porque nuestro conocimiento está determinado también históricamente: primero, por el modo de ser humano en la sociedad histórica; segundo, por cómo ello condiciona nuestra manera de pensar lo humano, y tercero por el estadio histórico general del desarrollo del conocimiento acerca de la naturaleza humana -conocimiento cuyos límites afectan particularmente al problema de distinguir cuáles determinaciones de la naturaleza humana general son de origen biológico y cuáles de origen histórico, psico-socialmente producidas.
Si no es posible distinguir ahistóricamente entre necesidades verdaderas y falsas, obviamente tampoco es posible cuestionar la alienación humana independientemente del cuestionamiento de su forma social práctica. Puede cuestionarse el autoengaño del individuo acerca de sus propias necesidades, algo común en la terapia psicológica, de modo que estas necesidades encuentren expresión coherente y satisfactoria en la medida que sea posible dentro de las formas creadas por la sociedad existente. Pero estos procedimientos “terapéuticos” no suponen suprimir la vida o su psicología alienadas del individuo, sólo suprimen una forma inconsistente de la autoalienación y estimulan las condiciones para que sea reemplazada por otra más consistente y, por lo tanto, más satisfactoria psíquica y socialmente, pero también más resistente al cambio.
Lo que subyace al punto de vista de Fromm es una concepción naturalista de la autoalienación, según la cual lo verdaderamente humano es lo contrario de lo alienado. Pero como decía Marx, citado por el propio Fromm, la libertad es una cualidad intrínseca del hombre y se manifiesta en todo su comportamiento. La autoalienación es una capacidad que se origina en la libertad del individuo humano, aunque sea en una libertad no autoconsciente y, por lo tanto, que puede enredarse, y se enreda inevitablemente por algún tiempo, en formas incoherentes que impiden el desarrollo libre de las cualidades del individuo involucradas en la actividad. El socialismo, para Marx, supone liberar de las formas limitadas actuales las cualidades humanas, permitir su desarrollo libre ulterior; pero las necesidades a las que el socialismo responde no son esencialmente distintas de las necesidades del individuo actual; serán sencillamente más amplias y más diversas, más ricas. En todo caso, el socialismo involucrará cambios en todas las formas de objetivación de las necesidades y, por supuesto, eliminará las necesidades instrumentales inherentes al capitalismo y pondrá otras en su lugar, como por ejemplo la necesidad de una participación general en los asuntos sociales.
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